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estados@eluniversal.com.mx
A unos cuantos metros de unas cruces de más de cinco de alto, se levanta la casa de Cristina González Hernández, de 56 años, viuda desde hace seis, quien con su hija y tres nietas, sobreviven con 865 pesos mensuales, que suman con la venta de textiles y el apoyo que reciben del gobierno.
En total, son cinco mujeres las que habitan la humilde vivienda con piso de tierra; una milpa donde cultivan botil (frijol nativo de la región), calabazas y maíz.
La venta de los textiles, que comercializan en la cabecera municipal de San Juan Chamula, a siete kilómetros de distancia —mismos que recorren a pie para ahorrarse lo del transporte—, les permite tener ingresos para poder sobrevivir.
Cristina no sabe hablar español. A través de un traductor asegura que la mayoría de su tiempo lo dedica a la confección de cobijas del tamaño de un rebozo que vende a 90 pesos cada una y, que le representan un trabajo de cuatro días, aunado que aún debe comprar un molote de hilo y lana de a 30 pesos el kilo.
Con lo que percibe, la indígena tzotzil, un promedio de 390 pesos por la venta de la cobijas, aunado a los 475 pesos mensuales de los recursos de Progresa, le permite comprar maíz, frijol y café para la manutención, de sus nietas Ángela, Valentina y Marisela, de 10, 8 y 2 años, así como de su hija Beatriz Díaz González, de 30 años de edad, que también enviudó hace dos años.
Los 865 pesos mensuales que obtiene Cristina debe repartirlos en los 30 días del mes, lo que representa que destina 28 pesos diarios para la manutención de ella, su hija y nietas. Platica que de no haber tenido la milpa, entonces su situación sería de mayor precariedad.
Como jefa de la familia, Cristina percibe cada dos meses, la cantidad 950 pesos, que destina para comprar útiles escolares y algunas prendas de vestir para sus nietas, que son estudiantes de la escuela primaria y jardín de niños de la comunidad.
Cruz Quemada es un pueblo de unos 300 habitantes, la mayoría mujeres, quienes se dedican a cardar e hilar la lana, cuidar los borregos y preparar los alimentos.
La mayoría de los hombres de esta comunidad tienen la necesidad de migrar; buscan trabajo en localidades como San Cristóbal de las Casas, Tuxtla Gutiérrez, la Península y Estados Unidos.
Al llegar a la cabecera municipal de San Juan Chamula, la pobreza parece no percibirse porque se ve un pueblo boyante, con refaccionarias, una posada, tiendas de materiales de construcción, ferreterías, tiendas de abarrotes y vulcanizadoras, pero al recorrer las calles decenas de niños corren a donde llegan los turistas nacionales y extranjeros para pedirles dinero o venderles artesanías.
Hace dos días, que terminó la festividad de Santa Rosa y decenas de hombres participan en una procesión por las calles del pueblo, con incienso y cohetes, pero los visitantes no pueden tomar fotos de la romería, “porque está prohibido”.
En Cruz Quemada, el 100% de la población es indígena, y el 84.81% de los habitantes habla una lengua indígena. El 50.15% de la población habla una lengua indígena y no habla español.
La pobreza escondida. Sólo hay que caminar unos kilómetros y salir de la cabecera municipal y adentrarse a las comunidades, para percibir que San Juan Chamula es uno de los 21 municipios de Chiapas con el menor índice de desarrollo humano.
El investigador Jorge López Arévalo asegura que los resultados del reciente informe del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) establecen que Chiapas se encuentra en condiciones similares que hace 27 años.
El estudio detalló que hasta 2016, en Chiapas hay 331 mil pobres, que si se juntaran en un solo lugar, sería la segunda “localidad más poblada después de la capital del estado Tuxtla Gutiérrez”.
“En Chiapas aumentaron los pobres, de forma relativa y absoluta”, explica López Arévalo y agrega que esta entidad recibió por concepto de participaciones y aportaciones federales, de 2013 a 2016, 310 mil 641 millones 174 mil 100 pesos.