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Chilpancingo.— En el centro de la capital de Guerrero pareciera que se vive una realidad muy distinta a la del resto del país. Detener la movilidad en esta parte de la ciudad ha sido prácticamente imposible. La gente no deja de andar por las calles, de hacer filas en los bancos y los puestos de bisutería, las casas de cambio, de empeño, las ferreterías y las tiendas de ropa se resisten a cerrar sus puertas.
La escena que se ve en esta parte de la ciudad no muestra al país que atraviesa por la fase más drástica de la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19.
Hace unas semanas, el ayuntamiento de Chilpancingo cerró el zócalo y la plaza cívica, pero de poco sirvió: a su alrededor el movimiento es incesante.
En las calles se ve de todo: familias completas que caminan como en un día regular, de esos cuando la pandemia aún no modificaba la forma de vida: sin tapabocas, sin la sana distancia y sin las prisas que ponen en evidencia a alguien que salió de casa por algo urgente o esencial.
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El tráfico vehicular por momento es intenso. Las banquetas siguen ocupadas por decenas de ambulantes que venden desde accesorios para celulares hasta frutas, comida o chilate.
También están los que no pueden dejar de salir: los comerciantes, los ambulantes, los empleados. En cada esquina, en cada callejón que llega al zócalo hay mujeres y hombres ofreciendo sus productos: frutas, verduras a granel, incluso, en los jardines se pueden ver mujeres ofreciendo una gran variedad de productos de belleza.
“Vivir al día es trabajar todos los días”
“¿Necedad?, no, es necesidad”, dice María, una mujer que vende antojitos mexicanos sobre la avenida Altamirano.
“Estoy abriendo porque tengo el compromiso de la renta y me siento comprometida con mis trabajadoras, son mamás solteras que tienen que llevar algo a sus hijos”, explica la mujer.
Antes de que se decretaran las medidas restrictivas, María tenía cinco empleadas trabajando todos los días. Ahora las va turnando para que cada una trabaje dos o tres días a la semana y todas tengan algo que llevar a sus hijos.
Lo que vende en estos días es para salarios y lo que sobra es para la renta, porque pese a que en las calles la movilidad es alta, a su puesto entran pocos clientes.
Los vendedores ambulantes, los empleados y los comerciantes dicen que no pueden darse el lujo de quedarse en sus casas durante esta emergencia sanitaria, como tampoco lo podrán hacer cuando termine la pandemia.
Vivir al día, afirman, es trabajar todos los días, no parar, no descansar. Si lo hacen, el resultado es sabido por todos: no tendrán dinero, no tendrán qué comer.
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En Chilpancingo se vive un estira y afloja entre autoridades y los ciudadanos por la movilidad. Primero, el ayuntamiento cerró el zócalo y la plaza cívica y, enseguida, las calles de alrededor se inundaron. Luego pidieron no vender ni consumir bebidas alcohólicas después de las 20:00 horas, y en un día policías y militares detuvieron a 40 bebiendo en las calles.
El lunes se vio una escena que muestra ese estira y afloja. Casi a la misma hora salieron dos marchas: una encabezada por comerciantes y otra por brigadistas del gobierno del estado.
Los comerciantes pidieron audiencia con el delegado federal, Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros, y el gobernador, Héctor Astudillo Flores. Los brigadistas recorrieron las calles con overoles blancos, guantes y cubrebocas para pedir a la gente que quede en sus casas y que guarde la sana distancia.
Los vendedores se resisten a cerrar porque, de hacerlo, dicen, se irán a la quiebra. Quieren pedirle al delgado y al gobernador que intervengan para que les congelen los pagos de las rentas y servicios.
La Secretaría de Salud federal reportó que 54% de la población en Guerrero está en movilidad. Las autoridades locales han alertado del aceleramiento de los contagios: en los últimos 15 días los casos de Covid-19 pasaron de 49 a 210.