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Torreón, Coahuila
En un terreno despoblado a un lado del periférico de Torreón, Federico Jaramillo Ortiz carga con una caja blanca donde lleva dentro una aguililla de Harris, un ave rapaz muy popular en el oficio de la cetrería. Saca el ave y la pone sobre su mano izquierda, la cual protege con un guante. El ave permanece casi inmóvil con la cabeza tapada.
La cetrería es el arte de criar, cuidar y amaestrar aves rapaces para la caza. Sencillo: en lugar de usar armas de fuego, se crea una relación entre el hombre y el animal en la que ambos se benefician.
Federico es médico veterinario egresado de la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro (UAAAN) y tiene practicando la cetrería desde hace 11 años, una disciplina milenaria que se extendió en la Edad Media y perdió fuerza con el desarrollo y uso de las armas de fuego.
En 2010, la UNESCO declaró a esta práctica como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pero muy pocos conocen la actividad, reconoce Federico, quien dice que sólo sabe de un cetrero en Saltillo y él en esta parte de Coahuila y La Laguna.
Explica que en los aeropuertos, por ejemplo, suelen contratar un cetrero para ahuyentar a las aves de los aviones, pues una paloma o un ave migratoria dentro de una turbina puede ser catastrófica, por lo que se busca que el ave adiestrada vuele una zona para dispersar a otras aves, sobretodo en temporadas de migración, en la que más población se presenta en los aeropuertos.
“Bajan, espantan, corretean, puede haber depredación”, refiere. Normalmente vuelan de 30 a 40 minutos y se puede hacer en varias ocasiones durante el día.
Los tipos de aves
Federico afirma que normalmente se utilizan aves diurnas por sus características, como el aguililla de Harris o águila real o cola roja. Su ave es un Harris macho de dos años y ocho meses, quizá la especie más usada para este oficio.
Actualmente, emplea el aguililla en el control biológico, es decir, trabaja para una empresa procesadora de alimentos y utiliza a Miclo, como le llama a su Harris, para ahuyentar animales que representan una plaga, principalmente las palomas.
“Lo que hace el ave es hacer un vuelo de marcaje. Normalmente cazan presas de pelo y de pluma, como liebres o conejos”, explica Federico.
Reconoce que le impresiona cómo un ave de 600 o 700 gramos puede someter a una liebre que a veces puede ser más grande, pero justifica que es una cacería pareja, porque ambos animales tienen la misma probabilidad de éxito.
“Si [las aves] trabajan de manera incorrecta [la presa] se puede escapar o patear fuerte”, indica. Aunque un aguililla, que puede tomar un vuelo de 60 kilómetros por hora, es casi letal para otros animales como las ratas.
Federico recuerda que comenzó con esta actividad cuando era estudiante universitario. Miró a un chavo que salió del laboratorio con un macho Harris y le llamó la atención. Se acercó y le dio la misma explicación que ahora repite.
Federico asegura que su interés fue tal que se enamoró de la cetrería, esa que definió Félix Rodríguez de la Fuente —naturalista y cetrero reconocido mundialmente— como “la primera vez en que el hombre no sometió al animal al yugo y al látigo”.
“Me adentré mucho. Me dediqué a esto para rehabilitación de aves, porque la cetrería también ayuda a rehabilitar aves silvestres para reintroducirlas al medio natural”, explica.
Sobre la actividad, aclara que no la ve como un hobby, sino como una responsabilidad. “No es como comprar una bicicleta y te aburres y la dejas; si tienes un animal ya es parte de tu familia, lo llevas al médico, si está mal, vigilas su alimentación, su buen estado. Tienes que tenerlo cómodo, satisfacer sus necesidades: salir a volar, ejercitar, cazar. No puedes ir en contra de los instintos”, dice.
Además de Miclo, Federico tiene otra ave en su casa a la que llamó Sura, y a ambas las cuida como si fueran sus hijos.
Adiestramiento
Federico maneja dos piezas como cordones a los que llama piruelas, que sirven para tener el control del animal, según detalla. También usa una caperuza, que es como un casco que cubre la vista del ave. Sirve para tranquilizar al animal, pues explica que si no ve, se queda quieto.
El aguililla también tiene un cascabel en una pata, por si pica y atrapa un animal en la maleza, el cetrero puede encontrarlo por el sonido.
Federico menciona que para que un ave empiece a trabajar necesita iniciar cuatro meses después de nacida. El adiestramiento consiste en reflejos condicionados, es decir, que el ave haga lo que tú quieres a cambio de premios. Siempre un refuerzo positivo.
Explica que el ave caza por necesidad, entonces su principal motivación es “mataste, aliméntate”. En el entrenamiento, el animal va registrando repeticiones y sabe que tiene que regresar al puño porque desde pequeños se alimentan desde ahí.
“Se acostumbra a tu presencia, que sepa que no eres un enemigo, que te tolere. Que sepa que tiene alimento en el guante. Te ganas la confianza del animal”, añade.
El cetrero expone que se pueden hacer entrenamientos con vuelos cortos, en los que se les ofrece una picada de carne y que brinque al guante. Una y otra vez. “El animal lo registra en el cerebro”, afirma.
En este mediodía templado, Federico quita la caperuza de su Harris y saca de su bolsa el pescuezo de una paloma. Da a comer al aguililla. “Mira, sí tiene hambre”, dice. Luego lanza al ave, la cual vuela y se para en la copa de un árbol cercano. Federico extiende su brazo y el animal regresa al guante.
El veterinario comenta que con los animales se trabaja con un grado de su hambre, que no sea tan duro para que no esté débil, pero tampoco tan minúsculo como para que no respondan. Después emplea una frase como de propaganda política: “Si no tiene hambre, ¿para qué necesita regresar contigo?”.
Después de mostrar el vuelo del aguililla en el terreno, en algún momento Federico avisa que es suficiente. El aguililla ya había comido varias veces en el guante y en un instante comenzó a volar más lejos y más alto. “Creo que ahí la dejamos”, afirma después de que el animal regresa al guante. “Si ya no tiene hambre ya no te necesita”.
El joven cetrero platica que en una ocasión el ave no regresó a su guante y tuvo que irse y volver al siguiente día. El animal seguía en la zona y fue hasta que tuvo hambre y mostró el guante que el aguililla volvió.
“A veces está el error de los cetreros de tenerlos muy castigados, bajos de pesos, se distrae, no te responde. A veces están demasiado débiles”, refiere al terminar la práctica de Miclo y mientras le pone la caperuza.