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Bavispe.— Vivir con el dolor ha sido inevitable, pero la lucha por traducir el sufrimiento en valentía para exigir justicia y evitar así el olvido de sus víctimas ha sido la constante en la familia LeBarón, a un año de la masacre en la que fueron asesinados nueve integrantes de su comunidad.
El 4 de noviembre de 2019 es recordado como el día más trágico en la historia de la familia. Entonces, Rhonita, de 30 años, y dos de sus hijos, Titus y Tiana, de apenas ocho meses de edad, fueron masacrados y calcinados cuando salían del rancho Las Moras, en Bavispe, Sonora.
Así también, en un ataque directo, en un punto cerca de la línea divisoria entre Chihuahua y Sonora, fueron privadas de la vida —con más de 3 mil impactos de arma de fuego— Christina y Dawna, quienes tenían 29 y 43 años, respectivamente.
En el lugar también fueron asesinados los menores Howard, de 12 años; Krystal, de 10; Trevor, de 11, y Rogan, de apenas dos años.
A un año de la tragedia, en la que la familia tuvo de recuperar los cuerpos de sus seres queridos de entre las cenizas, Adrián LeBarón, padre de Rhonita y abuelo de Titus y Tiana, ha asumido la lucha por conseguir justicia en el ataque a su familia.
“A mí no me van a encontrar culpable del olvido de mi hija por el acto de cobardía de quedarme callado”, cuenta en entrevista a EL UNIVERSAL.
Adrián señala que para él es muy importante “entregar buenas cuentas” a su hija, cuando vuelvan a encontrarse.
Dice que todavía se le nublan los ojos de lágrimas cuando recorre la brecha por la que tantas veces transitó ella.
Narra que desde aquella fecha, pocas veces ha pasado por la brecha donde ocurrió el asesinato; sin embargo, cuando lo ha tenido que hacer piensa en su hija Rhonita, y en cuántas veces realizó ese mismo recorrido sin temor ni preocupaciones, puesto que era una mujer valiente y amorosa que gustaba de reunir a su familia.
El 16 de septiembre habría cumplido 31 años y Adrián recordó que en el último cumpleaños que festejaron la llevó a la plaza del pueblo para conmemorar el Grito de Independencia, donde bailó con ella Viva Chihuahua; no volverían a tener otro baile. También rememora la última vez que escuchó su voz, justamente una noche antes de su asesinato, cuando Rhonita habló por teléfono con su madre, Shalom Miller.
Antes de colgar, padre e hija se regalaron un “I love you” con la esperanza de que se verían al día siguiente.
Adrián y Shalom guardan múltiples recuerdos de su hija y nietos: en cada rincón de la casa están sus fotografías que sirven, como ellos manifiestan, “para recordarlos bonito”.
Aunque las lágrimas son inevitables, sobre todo al estar donde aún hay restos de la camioneta calcinada, mantienen la esperanza de que sus seres queridos están en un mejor lugar, en tanto que ellos “siembran semillas de esperanza en mucha gente”, convencidos de que “somos más los buenos”.