Hermosillo.— “¡Todo bien!”, responde César Fernando cuando le preguntan cómo va la vida. El adolescente, de pestañas largas y espesas, tiene plática para muchas horas, puesto que gusta del deporte y el arte. Sin perder la sonrisa, además habla de las cirugías que le han practicado, la más dolorosa, donde le estiraron el cuero cabelludo, para cubrir su cicatriz.
César Fernando Díaz Lucero tenía tres años cuando el incendio lo alcanzó hasta su cama. El resultado, quemaduras de segundo y tercer grado en 40% de su cuerpo. Las mayores afectaciones fueron en brazos, manos, piernas, una parte de la espalda y su cabeza, donde le quedó una enorme cicatriz. Los dedos de sus manitas quedaron pegados y sus tejidos —a fuerza de operaciones— han sido rehabilitados con su propia piel.
En entrevista, recalca que nunca se ha sentido en desventaja con los chicos de su edad. Es amable, demuestra que conserva el optimismo y la alegría; la mayoría de las ocasiones habla con la sonrisa dibujada en sus labios.
Como quien presume un trofeo, muestra los puntos de la última cirugía que le realizaron los médicos del Hospital Shriners de Sacramento, California el pasado 18 de abril, donde le estiraron el cuero y el espacio sin cabello cada vez se hace más estrecho.
Confiesa que quisiera evitar las operaciones que le realizan para colocarle expansores en la cabeza —que ayudan a reconstruir tejido y cuero cabelludo—, puesto que son muy dolorosas.
Es disciplinado; de lunes a jueves vive en la hiperactividad, entre la escuela, terapias físicas y sicológicas, actividades extra escolares y tareas.
Las tardes de viernes al salir de la escuela son de descanso: juega con sus hermanos y sus amigos.
Ha participado en equipos de futbol, beisbol y ha tomado clases de violín, a las cuales —comenta—, regresará en las vacaciones de verano, antes de entrar a la secundaria.
Nació el 1 de octubre de 2005, es hijo de Julio César Díaz Damián y Fabiola Lucero Noriega. Estudia el sexto grado de primaria en el Colegio Muñoz.
EL UNIVERSAL acompañó a César Fernando a una de sus clases en el Taller de Artes Plásticas Cezanne, donde hace un mes inició su aprendizaje para desarrollar varias técnicas de pintura y escultura. Él mostró con orgullo y explicó cada una de sus obras, con las que empezó a experimentar nuevas sensaciones de creatividad con la combinación de colores y tonalidades.
Mientras dibuja, su madre Fabiola Lucero le mantiene una mirada de amor y admiración, le gusta que tenga esas ganas de sentir y de vivir.
Han pasado nueve años de la tragedia, la familia Díaz Lucero ha tenido que adaptarse a los vaivenes de la atención médica de César Fernando, sobre los cuales su madre con gusto realiza porque su avance es notable.
Sin embargo, un velo de preocupación los ensombrece. En diciembre pasado, al revisarlo un especialista por presentar problemas de la vista, advirtió que tiene muy grueso el nervio óptico.
Fabiola Lucero comentó que no quedó conforme con el diagnóstico y buscó la valoración de otros médicos y fue igual. Cada cuatro meses debe hacerle estudios, existe el riesgo de ceguera, esto como secuela de las lesiones que sufrió en el incendio, dijo la madre afligida mientras tiraba la mirada al piso.