Acapulco.— En Caleta y Caletilla aseguran que son el epicentro de los daños del huracán Otis. Afirman que ahí los vientos azotaron sin piedad. Y eso es cierto, todas las enramadas de las dos playas fueron arrasadas. Ninguna quedó en pie.

En la arena están destruidas las lanchas que no se hundieron, unas se partieron a la mitad, no suman más de 10. El resto están en el fondo del mar. La zona luce desolada.

Estas playas son, tal vez, las más tradicionales de Acapulco, las que vivieron las glorias del puerto, son el génesis de la actividad turística. “Aquí comienza la Costera Miguel Alemán, aquí inicia el conteo de los locales, el mío es el número 13”, menciona Rogelio Aparicio, propietario del restaurante Mar Paraíso.

Rogelio trabaja, junto con otro empleado, en la remoción de los restos de la cabaña que tenía al pie de la playa. Los vientos la derribaron por completo.

El restaurantero no tiene más que un martillo y unos guantes. Desmonta los barrotes de la cabaña que quedaron flojos. Le gustaría poder tener lista una parte de su restaurante para diciembre.

Alrededor también están haciendo trabajos de limpieza, todos son los propietarios y trabajadores.

No hay ninguna autoridad. A tres semanas del paso del huracán, dice Rogelio, ni el gobierno federal ni el estatal, menos el municipal, se han acercado a preguntarles qué necesitan, menos a ayudarles.

A Rogelio le preocupa la tardanza de las autoridades en la recuperación de los espacios turísticos, a ese ritmo, calcula, no estarán listos para recibir visitantes en diciembre.

Como la cabaña de Rogelio hay otras 24, todas destruidas y sin saber cuándo volverán a dar servicio. Los restauranteros de estas playas no están solos, de ahí dependen más familias, las de sus trabajadores.

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