Ciudad Acuña.— La mirada de Jackner Estilien se enrojece cuando termina de hablar por teléfono con su familia. Ayer, su hermano le llamó para darle una noticia: fue uno de los cientos de haitianos deportados desde Estados Unidos a su país.
Jackner cuenta que él y su hermano llegaron hace cinco días a Ciudad Acuña, en la frontera de Coahuila con Texas.
Junto con su hermano, Jackner pasó tres meses en Tapachula, Chiapas. Ambos querían llegar a Estados Unidos.
Pasaron cuatro días durmiendo debajo del Puente Internacional en Texas, donde se improvisó un campamento con miles de haitianos, pero su hermano y su cuñada embarazada fueron detenidos por las autoridades y deportados de inmediato. El martes recibió la llamada de su hermano.
Ahora, el joven no sabe qué hacer: “Busco una vida mejor, es lo único”, comenta en el poco español que habla. Siente miedo de que lo regresen a Haití.
Aquí se quedó solo. Su hermano y su cuñada eran su única compañía. Ahora simplemente mira su mochila y unas cobijas tiradas en la tierra del parque. “Esa es mi casa, es todo”, dice con tristeza.
Daños emocionales
Christoph Janköfer, integrante de Médicos Sin Fronteras, refiere que muchos de los migrantes haitianos presentan enfermedades respiratorias y gastrointestinales, lesiones e infecciones, pero que uno de los problemas más agudos que padecen es la salud emocional.
Kemberlie Ansrosise tiene 27 años y un hijo de dos años. Llegó con su esposo e hijo desde Chile porque sentían que necesitaban algo mejor y porque en aquel país no contaban con papeles.
Ella, como muchos haitianos, tiene la esperanza que las deportaciones paren y puedan entrar a la Unión Americana.
A diferencia de Jackner, ella habló con su tía en Florida, quien le dijo que los espera. Su mamá sigue en Haití, adonde “no es opción regresar”.
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