Pachuca, Hgo.— Ellos no son una medicina que esté en un frasco o una caja, pero las dosis de abrazos que brindan a los niños los han convertido en los mejores aliados de médicos y enfermeras en el Hospital del Niño DIF de Pachuca, que cuenta con la primera unidad canina de América Latina.
A los médicos Vanesa Pallares y Ricardo Vergara los unen varias cosas; el destino hizo su parte y los perros el resto.
Ricardo es tanatólogo en el Hospital del Niño DIF de Pachuca y un convencido de los beneficios que brinda la terapia asistida con caninos; Vanesa es de la Ciudad de México y es directora y fundadora del Centro de Actividades y Terapias Asistidas con Caninos (Cenatac) y así, un día sus caminos se juntaron.
Tras varios intentos para que el hospital aceptara este tipo de tratamientos, finalmente fue en la administración de la actual directora, Mónica Langarica, que se hizo realidad. Hoy, los miércoles son especiales en el hospital, es el día en el que la unidad canina acude a estar con los niños.
Vanesa está en el área de tanatología y junto a Hachi y Carola brinda sus primeras consultas. Por un día, en los consultorios de odontopediatría, tanatología, el área de hospitalización, neurología e incluso terapia intensiva, el dolor y la enfermedad pasan a un segundo plano.
Cuenta que la idea de trabajar con perros surgió de un tema personal, pues en la etapa terminal del cáncer que sufría su madre su único medio de comunicación era una perra pastor alemán que la había acompañado durante varios años; se dio cuenta de que el animal los alertaba para darle los alimentos o para abrigarla.
En México, las intervenciones asistidas sólo se hacían mediante trabajo voluntario, pero no de manera profesional.
Con la asesoría del Centro de Terapias Asistidas con Perros (Cetac), de Barcelona, España, adoptaron un formato profesional, pues además de contar con personal médico y terapeutas conocedores de sus áreas, éstos se tienen que especializar para utilizar un perro.
Actualmente, en el Cenatac se cuenta con 10 perros titulados y una cachorra en formación, los cuales están certificados por Cetac Barcelona, ya que se deben cumplir con estándares y evaluaciones, entre ellas, de carácter y comportamiento; además, deben ser perros no agresivos, que gusten del contacto humano y adaptados a ruidos y olores.
Las historias con los caninos son muchas, como la de Emanuel, un niño con labio y paladar hendido, quien tendrá que estar en el hospital durante 18 años, tiempo que durará todo su tratamiento. A sus ocho años, ha tenido ya tres cirugías y múltiples consultas.
Hoy, Emanuel tenía una de las citas más importantes: estar con Carola y Hachi.
Hortensia, la madre de Emanuel, dice que con tres años sólo pronunciaba cuatro palabras y tenía problemas para comer.
“Hoy ya va al colegio, su lenguaje ha cambiado y su estado en general es bueno, aunque serán 18 años de tratamiento, pero hoy Emanuel es feliz al abrazar a Carola”, afirma.
Carola y Hachi caminan por los pasillos del hospital para reunirse con el resto de la manada. A su paso, como si fueran estrellas de rock, reparten abrazos y les piden fotografías.
En el camino, hacen felices a quien encuentran, como a Pedro, quien acude a consulta por parálisis cerebral. Con 15 años, depende absolutamente de sus familiares. “No queríamos acercarlo porque le tiene miedo a los animales y sobre todo a los perros, pero se jalaba un poco para donde estaban, por lo que decidimos acercarnos”, cuenta su madre.
Dice que en muchos años Pedro no se había mostrado contento. Al contacto con Hachi, su cara se iluminó con una sonrisa y las manos tensas se relajaron. Habían logrado un milagro más: por unos minutos, en la caricia que le daba a Hachi, Pedro fue feliz lo mismo que su madre.
Desde junio, cuando llegó la unidad canina, hay una historia que se cuenta entre pacientes y médicos, el caso de un menor accidentado con daño neurológico al salir de terapia intensiva. “Su mamá nos contó que le gustaban los perros, así que pedimos permiso para llevarlos”, cuenta Vanesa Pallares.
El neurólogo, tras aceptar, dejó claro que no estaba de acuerdo y que científicamente dudaba de su utilidad, pero los perros demostraron su equivocación. Desde que llegaron a su cama, el paciente movió una mano, sonrió e intentó hablar; a partir de ese día, las visitas eran todos los miércoles hasta su alta.
A Carola, Sammy, Alanna, Catana, Ashley, Hachi, Brigite y Hanna les sobra corazón y lo reparten entre las camas y los pasillos; su bondad alcanza a chicos y grandes.
El encargado de tanatología, Ricardo Vergara, cuenta que contactó a Vanesa Pallares hace siete años a través de una conocida de ambos, pero en ese tiempo no se pudo concretar el proyecto. Fue apenas hace un año que se reencontraron y que las condiciones les permitieron operar.
“Un buen día me hablaron de la dirección y me dijeron: ‘Hay luz verde’; fue la felicidad pura. Desde entonces todos los miércoles contamos con ellos. Ya no hay agenda, todos los niños quieren un espacio para estar con los perros”, afirma.
“En este consultorio tenemos pacientes graves y con riesgo de muerte y tengo que ayudar a los padres a que cambien la situación emocional por el bien de los niños, y los perros apoyan en esa función”, dice Ricardo.