Chilpancingo.— Hace 22 días, Guerrero pasó al color naranja en el semáforo sanitario, pero en Cualác, municipio de La Montaña, continúan viviendo atrincherados, como si estuvieran en rojo, pese a que ninguno de sus pobladores se ha contagiado de Covid-19.
Desde marzo pasado instalaron un módulo de revisión sanitaria en la entrada de la cabecera municipal. No hay acceso para ningún foráneo, los proveedores de insumos sólo pueden llegan al retén y hasta ahí salen los pobladores a comprar. A la refresquera Coca-Cola y a la cervecera Corona les prohibieron la llegada, aunque algunos habitantes se las ingenian para adquirir estos productos.
“A las personas que son de acá pero viven fuera o las que tienen familia aquí les hemos pedido que no vengan, para evitar contagios”, explica René García Aburto, médico que encabeza el módulo de revisión.
El doctor García no trabaja en el sector Salud, pero desde marzo, cuando la pandemia llegó a nuestro país, es voluntario para impedir el ingreso del coronavirus.
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Cualác es uno de los tres municipios de Guerrero donde el Covid-19 no ha ingresado. Los otros dos son San Miguel Totolapan, en la Tierra Caliente, e Iliatenco, en La Montaña. Los 78 municipios restantes tienen registros de contagios de Covid-19.
El pasado 2 de julio, el gobierno del estado decretó reabrir 11 actividades económicas y recreativas, sobre todo las turísticas, en los puertos de Acapulco y Zihuatanejo, así como en Taxco, Chilpancingo e Iguala. A partir de la reapertura, se dio un rebrote de contagios en Zihuatanejo, Acapulco y Chilpancingo.
El 2 de julio el estado de Guerrero tenía 5 mil 638 casos de Covid-19, 22 días después sumó 3 mil 937 nuevos contagios.
En Cualác han resistido porque están participando casi todos: los trabajadores del ayuntamiento, agentes municipales, policías comunitarios y los pobladores.
Los retenes de revisión están activos de día y de noche para que nadie que no tenga permitido el acceso entre al pueblo. Las jornadas desde marzo son agotadoras en el módulo: registran a quien entra y sale, sanitizan los autos y vigilan toda la noche. En ningún momento descuidan el módulo de revisión.
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“Nosotros entendimos que el semáforo naranja se decretó por una necesidad económica, no de salud, y si nosotros abrimos el municipio la gente va a comenzar a llegar y puede que lleguen contagiados”, explica el médico.
En Cualác las medidas son rígidas. En asambleas comunitarias decidieron suspender todo tipo de celebraciones y fiestas patronales; el uso del cubrebocas es obligatorio y hay sanciones para quienes no cumplan las medidas.
“Hubo dos pueblos, Cuatlaco y Chiaucingo, que por sus tradiciones decidieron hacer sus fiestas, desde antes les avisamos que no podían hacerlas, así que los pusimos en cuarentena y no los dejamos entrar a la cabecera”, dice García Aburto.
Las medidas se han vuelto tan rígidas que los velorios fueron suspendidos y los sepelios son rápidos, aunque la gente haya muerto por otra razón o, incluso, en otros lugares.
El doctor reconoce que las reglas no a todos les han caído bien pero, dice, ha sido la única forma de mantenerse a salvo del coronavirus.
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Sin embargo, se han impuesto esta disciplina porque saben que si entra el virus del SARS-CoV-2, el escenario puede ser letal. No cuentan con un hospital; sólo tienen una clínica comunitaria donde hay un médico y una pasante que trabajan de lunes a viernes.
El hospital más cercano es el de Tlapa, que apenas cuenta con 12 camas Covid-19 para los 400 mil pobladores de todos los 19 municipios de La Montaña.
En Cualác viven unos 7 mil habitantes, según el último censo del Inegi; en este lugar la pobreza extrema está instalada en la mitad de la población, cuyo 60% vive hacinada, y 32% de las casas no cuenta con servicio de agua entubada.
En Cualác no tienen forma de combatir al coronavirus; lo único que pueden hacer es atrincherarse.