Gómez Palacio.— Mónica estaba sola en su casa. Era de día cuando de pronto empezó a mirar oscuro, sintió como si el foco de la luz empezara a fundirse, a perder potencia. De pronto sólo miraba sombras. Pasaron cuatro horas, lentas, en las que la luz se fue apagando poco a poco. Hasta que quedó ciega.

Martha Mónica Torres Contreras tenía 38 años, abogada, acostumbrada a litigar.

Recuerda que ese día sintió que el mundo se le venía encima y sólo pensaba en recuperar su vida como la tenía antes, cuando había luz, cuando veía.

De aquello hace 10 años. Ahora, Moni, como le llaman en el Instituto Municipal de la Mujer de Gómez Palacio, trabaja en un pequeño cubículo con dos sillas, su escritorio y una computadora con audífonos. En un rincón está descansando su bastón y a un lado de la computadora se hallan varios folletos informativos. Moni, de 48 años, es la coordinadora del área de Inclusión. Desde esa silla, la funcionaria platica que desde chica tuvo problemas con la vista. A los 19 años le diagnosticaron neuritis óptica bilateral.

“Como puedes quedar ciega, como puede que no”, le dijeron, pero cada episodio de inflamación del nervio dejaba secuelas en su vista.

Hace 10 años llegó la crisis y en cuatro horas perdió la vista por completo. De pronto, de manera casi fulminante, dejó de ver.

Cuenta que no sólo ella perdió la vista, sino también su familia: “Soy la menor de nueve hermanos. A todos nos afectó de alguna forma. Nos sensibilizó, nos enojamos”.

Mónica estuvo en tratamiento, en constantes estudios para ver si podía recuperar la vista.

“Qué tal si mejor busco apoyo en lo que me recupero”, dijo un día con la esperanza de que su vista se iba a corregir, que era algo reversible.

La coordinadora del área de Inclusión refiere que su mamá era una mujer muy espiritual y eso le ayudó a levantarse. Cada que tenía una adversidad en la vida, su madre siempre le pedía a Dios que le ayudara. Ella decidió hacer lo mismo.

Mónica se resistía a que su vida terminara así, limitada en un cuarto: “Voy a recuperar la vista y mientras voy a aprender qué es esto. Tengo dos opciones: me quedo en casa esperando que la vida pase o voy y me enfrento a la vida”, se dijo. Decidió lo segundo y no se arrepiente, asegura.

La lucha

En su afán por levantarse, Mónica pidió ayuda y en la región de La Laguna, en Coahuila, no encontró nada.

En algunos sitios enseñaban braille, en otros capacitaban para cocinar, pero ella estaba aferrada a retomar su vida. En Saltillo, una hermana dio con una asociación y se mudó a la capital de Coahuila.

En ese lugar que encontró le enseñaron a cocinar con medidas de seguridad para ciegos o personas con baja visión. Aprendió un poco de braille, a usar el bastón blanco de movimiento, computación, redes sociales, navegación por internet: “Aprendí mucho, a mí me rescató esa capacitación”, recuerda.

Estuvo cinco años en la asociación. Después de una crisis hubo recorte y se vio obligada a regresar a Gómez Palacio.

Mónica relata que cuando perdió la vista, ella estaba en un lugar seguro, que conocía, en una especie de área de confort.

Y cuando partió a Saltillo se fue con una maleta llena de incertidumbre, pero aquel lugar desconocido se volvió seguro. Sin embargo, cuando regresó a Gómez Palacio, el espacio que creyó seguro se convirtió en inseguro, en un mundo de visuales que no era fácil. No conocía a un solo ciego en la región.

“Me sentía como aislada. Era como volver a empezar. Era como si hubiera vuelto a perder la vista. Tuve que ser valiente, busqué apoyo. Mi familia tuvo que aprender de lo que aprendí. Yo me capacitaba y avanzaba pero mi familia no, les enseñé todo lo que podíamos hacer”, platica.

Cuando llegó a pedir trabajo al Instituto Municipal de la Mujer, hace tres años, tuvo que enseñarles a sus compañeras que una mujer con discapacidad no era sinónimo de enfermedad.

“Así las trataban, como enfermas. El problema es que la mujer no entiende y no tiene las herramientas y se siente enferma, y eso va haciendo que no tenga una participación plena y efectiva en la vida, en el día a día en la sociedad”, expone Moni como cátedra de inclusión.

A las mujeres que llegan con una discapacidad, principalmente visual, les enseña que la vida sigue, que una discapacidad limita siempre y cuando se desconozca de lo que se es capaz, pues asegura que la persona con discapacidad se puede desarrollar y adquirir nuevas habilidades.

La inclusión

Mónica recalca que una mujer con discapacidad sufre doble violencia, por eso desde que entró al instituto trata de sensibilizar a las trabajadoras y a cualquier otro lugar al que acude a dar difusión.

En su historial como funcionaria pública ha ayudado a otras mujeres con discapacidad, visual y no visual, a que se enfrenten al mundo. Solía visitar las casas donde le avisaban que había una persona con discapacidad para ofrecerle una plática.

“Enseñábamos y dábamos herramientas para que salieran adelante. Había mujeres encerradas en sus casas, que sufrían violencia, no comían a sus horas, no sabían tomar un teléfono, no conocían la tecnología y aquí les enseñamos y se integran ahora a los servicios del instituto”, platica.

Mónica les enfatiza que antes de tener una discapacidad, son mujeres. Ahora se enfoca en la difusión del tema de inclusión en escuelas, preparatorias, universidades, empresas, donde les explica sobre empoderamiento, igualdad, equidad; los estereotipos de género: “De todas esas situaciones de difusión me encargo yo”, dice con orgullo.

A Moni le gusta su trabajo. Le gusta servir. Cuenta que cuando escucha a sus compañeras ciegas subiendo las escaleras para llegar a las oficinas del instituto se regocija, como si cada escalón que subieran las mujeres con ceguera fuera un muro que van derribando y que ella ayudó a demolerlo.

“Me siento muy bien porque luego pienso, si lo que pasé es porque tenía que ayudar a mucha gente, bienvenida la ceguera”, comenta.

Su principal lección cuando da pláticas es decirles a las mujeres con discapacidad visual que la vida es bella, que ser diferentes no quiere decir que se tengan que apartar del mundo. Que tienen los mismos derechos, las mismas necesidades de tener hijos, vivir en pareja y contar con un trabajo digno.

Si alguien le pregunta a Moni qué quiere lograr, ella de inmediato responde que seguir siendo productiva, continuar trabajando y ayudar a las mujeres. Servir, resume. También tiene un novio de siete años y sueña con casarse, lucha por ser independiente y vivir en casa propia.

Los retos son diarios, asegura Moni. Esta mañana, por ejemplo, el taxi particular que siempre la lleva al trabajo no llegó y tuvo que pedirle apoyo a un familiar. Los obstáculos también son diarios, como cuando en la ventanilla de un banco no le querían permitir retirar 500 pesos de sus ahorros.

Sin embargo, considera que el mayor reto ya lo pasó, que fue la aceptación, pues recuerda que hubo un tiempo, por ejemplo, que no usaba el bastón por vergüenza: “Cuando lo acepté mi vida se transformó, ahora me siento orgullosa de que me vean cuando capacito a personas que no ven, y que enseño a que usen el bastón, les digo que no deben ocultarlo”, afirma la funcionaria.

Uno de sus mayores anhelos es tener una asociación para capacitar a más personas y mostrarles que hay futuro dentro de la ceguera.

—¿Cuál ha sido tu mayor enseñanza?, se le pregunta.

—Aprendí a querer más la vida, disfruto más de las cosas. Me gustaba mucho ver llover, ahora lo sigo disfrutando, sólo que con el resto de mis sentidos. Aprendí que las personas hay que conocerlas, hay que platicar con ellas.

Mujer en paro

Hoy, 9 de marzo, Mónica también se unirá al paro de mujeres, pues considera que es una oportunidad para decir basta. “Nos vamos a hacer invisibles para hacernos visibles”, opina.

Ella considera que es necesario, que el hombre retome el sentido de la vida de manera diferente, en compañía y respeto. Y para la mujer con discapacidad, asevera, retomar la postura y hacerse visibles.

“Si le pasa a una, le puede pasar a cualquiera y nosotras, somos doblemente violentadas”.

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