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San Luis Acatlán, Guerrero
El 4 de marzo de 2019, José Hernández Salazar y Carmen García Estrada se levantaron de madrugada. Se prepararon rápido, eran toda una mezcla de emoción, nervios, ansiedad. Cuando estuvieron listos se subieron a su combi y salieron de San Luis Acatlán, en la Costa Chica, rumbo a La Montaña de Guerrero.
El objetivo era llegar a los municipios más pobres del estado, Cochoapa El Grande y Metlatonoc, para presentar su nuevo proyecto: la Bibliocombi. No lo lograron. Llevaban más de cuatro horas de camino cuando a la combi se le tronó un balero, después el motor se sobrecalentó hasta que se apagó. El vehículo no aguantó las prolongadas subidas de terracería para llegar a La Montaña. La empujaron hasta que encontraron a un mecánico; el auto volvió andar, pero con la advertencia de que sólo sería para regresar.
Cuando volvían a su casa en San Luis Acatlán también eran una mezcla de coraje, preocupación e impotencia: no pudieron iniciar ese plan que estaban construyendo desde hacía unos cinco meses y que los mantendría ocupados tras jubilarse después de 30 años de ejercer como maestros. Así que, al pasar por la comunidad de Santa Cruz del Rincón, en el municipio de Malinaltepec, decidieron hacer una parada en la primaria Justo Sierra.
Ahí se estrenó la Bibliocombi, ese proyecto con el que José y Carmen piensan promover la lectura en los lugares con mayor marginación y pobreza en Guerrero.
El origen
José y Carmen son profesores jubilados. José es originario de San Luis Acatlán y Carmen, de Cuajinicuilapa. Se conocieron dando clases y hace más de 30 años se casaron.
Carmen se jubiló en 2015 y José un año antes, pero no soportaron la tranquilidad del retiro. Tenían que hacer algo. Y ese algo debía estar relacionado con enseñar, estar cerca de los niños, de los libros. Un día vieron por internet cómo desde hace 14 años se promueve la lectura en España a través de bibliotecas móviles.
La idea los entusiasmó, pero se convencieron cuando vieron cómo con bibliotecas móviles en Colombia —en zonas afectadas por la guerrilla, los grupos de autodefensas y el ejército—, voluntarios buscaban reconstruir el tejido social a través de la promoción de la lectura con un objetivo preciso: poner en las nuevas generaciones un libro antes que un rifle. Esa idea los cautivó y de ahí surgió la Bibliocombi.
Era octubre de 2018, comenzaron a buscar una combi, hallaron una desmantelada, pero a un precio cercano a sus posibilidades; 12 mil pesos pagaron por ella. Estuvo en el taller hasta diciembre, luego la tapizaron, la pintaron, le montaron los anaqueles, le pegaron calcomanías en la parte exterior: imágenes del Che Guevara, de la Policía Comunitaria, una organización que tiene origen precisamente en San Luis Acatlán. Ya que estuvo lista compraron 100 libros, cuentos sobre todo.
Se trazaron el primer punto: La Montaña Alta, los municipios más pobres, Metlatonoc y Cochoapa El Grande. No lo lograron, las dos ocasiones que lo intentaron la combi se descompuso. Tomaron una decisión: mientras la Bibliocombi no tuviera un motor potente sus recorridos los harían por los municipios de la parte baja, sobre todo los de la Costa, como Marquelia, Copala, Azoyú, San Luis Acatlán, pero siempre en comunidades de mayor rezagos.
Solidaridad
Son las 12:00 horas en la comunidad na savi (mixteca) Piedra Ancha, a media hora de San Luis Acatlán. El calor es sofocante. Estamos en el patio trasero de la primaria José María Morelos y Pavón. Frente a José y Carmen están unos 20 niños con sus mamás. Los maestros están actuando el cuento de Caperucita Roja con títeres que ellos han adaptado. La intención es dejarles el valor de la solidaridad. “Las cosas bonitas las vamos a encontrar en los libros, ahí están todas las historias del mundo”, les dice José.
Después toman un tablero de ajedrez trazado en un cartón y les explican las reglas del juego. Insisten que para que el juego se realice de la mejor manera los participantes deben respetar las reglas. Después son más explícitos: las reglas sirven para la convivencia diaria, para no generar conflicto en la comunidad, entre las mismas familias.
Luego les reparten unos cuentos pequeños para que los vean las mamás con sus niños: se agrupan, los hojean juntos, lo comentan. Ese es uno de los objetivos, que la convivencia familiar no sólo sea frente al televisor, sino también en torno a un libro, explica José.
Al término, todos los niños se suben a la Bibliocombi, la recorren, miran todos los libros, se toman fotos.
Esta es la exposición que José y Carmen hacen en las escuelas que pisan. Son este tipo de planteles los que están en su mira.
Por ejemplo, en el que estamos es una primaria donde tres profesores atienden los seis grupos. Aquí vienen los hijos de jornaleros, y muchos de los niños también son jornaleros. Son pequeños que durante temporadas, de tres a seis meses, se quedan con los abuelos, porque los padres salen al norte del país a los campos agrícolas. Los abuelos priorizan la alimentación y la escuela la dejan en segundo plano.
En 2018 el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE) presentó un estudio donde indicó que en los pueblos originarios hay tres veces más posibilidades de que sus habitantes no sepan leer y escribir. Y dio otro dato, Guerrero es la entidad con mayor rezago educativo en sus pueblos originarios: 30% de sus pobladores no saben leer ni escribir. Guerrero sólo está por debajo de Chiapas y Nayarit.
El mismo estudio muestra una de las razones de este rezago educativo en los pueblos originarios: de las 29 mil escuelas que hay en este sector, sólo 2 mil cuentan con profesores bilingües, en el resto probablemente ni los niños ni los profesores se entiendan.
En general, en Guerrero 14 de cada 100 personas mayores de 15 años son analfabetas, un promedio que duplica la media nacional, que son seis por cada 100, según el Inegi.
José y Carmen dicen que es ahí, en esos pueblos rezagados, donde han encontrado mayor aceptación. “Ahí los niños están más interesados en conocer más los libros, saber más del ajedrez. Nosotros tenemos una hipótesis: estos niños están más ajenos a la tecnología, a los celulares, a las computadoras”, explica Carmen.
Sin financiamiento
José y Carmen tienen muy claro el proyecto, pero también sus capacidades: buscan fomentar la lectura, por ahora no se han planeado enseñar a leer y a escribir. No reciben ninguna ayuda gubernamental y tampoco la piensan pedir. Lo que sí han recibido es la ayuda de la sociedad, escuelas y de universidades, que les han enviado libros.
José y Carmen están seguros de que, con la lectura Guerrero, puede salir del retraso social y económico por el que atraviesa.
Ahora buscan hacer crecer el proyecto; piensan hacer recorridos por las tardes y noches para proyectar películas, mientras continúan ampliando el vivero que ya comenzaron a visitar estudiantes de primaria y secundaria.