Tapachula.— Mujeres migrantes provenientes de Centroamérica que viajan con niños y menores no acompañados saturan los albergues de esta ciudad, ubicada a unos 45 kilómetros de la frontera con Guatemala.
Olga Sánchez Martínez, premio nacional de Derechos Humanos y fundadora del albergue Jesús el Buen Pastor del Pobre y el Migrante, dijo estar sorprendida con la llegada a México de niños y adolescentes no acompañados, así como de madres con menores lactando que huyen por situaciones de violencia y pobreza de países de Centroamérica, principalmente de Honduras.
“La migración ha cambiado, nunca se veía ese tema de los niños viajando solos. Tengo 30 años trabajando con migrantes y me quedé sorprendida que dos camiones del Instituto Nacional de Migración [INM] traían menores no acompañados hasta de 2 años; quedé impactada, jamás había vivido una experiencia de una oleada de niños y adolescentes no acompañados”, expresó.
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Sánchez Martínez, quien durante 31 años ha dedicado su esfuerzo para alimentar, hospedar y curar a migrantes mutilados por el ferrocarril, dijo que en el albergue recibe a mujeres que vienen con tres o cuatro niños lactando y adolescentes, algunos enfermos debido a que durante el viaje no se alimentan o sufren las inclemencias del tiempo.
Mencionó que en algunos casos las madres no pueden mantener a sus hijos y los quieren regalar. Abundó que los migrantes están varados en esta ciudad, donde no tienen oportunidad de trabajar. El albergue aloja un promedio de 450 a 500 extranjeros, de ellos más de 200 son niños y niñas en edad de lactancia y adolescentes, mujeres y hombres, a quienes provee de los tres tiempos de comida, atención médica y medicamentos.
Piden ayuda para alimentar a jóvenes
La fundadora del albergue Jesús el Buen Pastor del Pobre y el Migrante hizo un llamado a organizaciones no gubernamentales y a la sociedad civil para que ayuden con donaciones en especie, como leche, pañales para niños, arroz, fríjol, azúcar y frijoles, así como algo de ropa.
“Tengo 200 niños, algunos en edad de lactancia, ellos necesitan su lechita, pero también necesitamos el arroz para llenar el estómago con frijolitos y las dos tortillas que podemos darles”, explicó la activista.
La mujer aseguró que el gobierno federal, el DIF del estado y Protección Civil la apoyan con granos, pero no es suficiente.
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Por ejemplo, para el mantenimiento del albergue y la compra de productos de desinfectante por el tema del Covid-19, la activista se dedica a elaborar y vender pan y donas que realizan en las mismas instalaciones, así como la venta de café y golosinas.
“Todos los días, desde hace 31 años, me levanto desde muy temprano para trabajar y mantener el albergue, dándole todo lo que necesita; es muy difícil, a veces no se ni cómo se mantiene”, expresó la mujer.
Madres con niños enfermos y sin dinero para pagar medicamentos
En el albergue, varios niños, la mayoría en edad de lactancia, se encuentran enfermos de tos, gripa y fiebre. Las madres no cuentan con dinero para comprar medicamento, tampoco tienen ingrsos para adquirir fórmula especial para menores que presentan desnutrición o deshidratación.
A pesar de que en el refugio se cuenta con un médico y enfermera, así como con medicamento básico, a veces los niños requieren medicinas especiales que las madres no pueden comprar, como es el caso de María Alexandra Contreras: su bebé de ocho meses convalece de neumonía atípica.
María fue despedida de su trabajo en una fábrica de arneses en febrero de 2020, debido a la pandemia por el coronavirus.
Con ello, se hizo imposible papagar la renta de su vivienda, así que decidió emigrar con sus tres hijos: uno de 13 años, otro de tres y un bebé de ocho meses.
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Sin dinero, emprendió el viaje caminando con sus tres hijos hasta la frontera de Agua Caliente, que limita con Guatemala.
Tuvieron que rodear la caseta migratoria para poder ingresar de forma irregular a ese país debido a que no contaba con las pruebas PCR y pasaportes de sus hijos.
“Caminé día y noche con mis hijos bajo el sol y después la lluvia; sin comer y durmiendo en las calles”, relató.
Asimismo, señaló que gracias a personas bondadosas que se encontró en el camino, que le regalaban un poco de comida, pudo seguir su viaje; a veces pidiendo “jalón” y otras caminando.
“Mis hijos se enfermaron de tos y gripa por la mojada y el sereno. Como pude, crucé a México y me entregué a Migración.
“Les dije que ya no podía más con los niños, que me ayudarán y me trajeron a este albergue”, narró la migrante.
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Refirió que, días después, su bebé Leslie, de ocho meses, fue internada de urgencia en el hospital regional, por neumonía atípica y problemas respiratorio y, a pesar de haber sido dada de alta, su estado de salud es delicado.
“No tengo dinero para comprarle la leche que me recetaron. Ella todavía está delicada, tiene tos y temperatura, me dijeron que si empeoraba la llevara inmediatamente al hospital”, explicó María.
Afuera del consultorio del albergue, Eslyn Marisol, una madre soltera de 37 años, espera su turno para pasar; quiere que revisen a su hijo Lester, de 12 meses, pues presenta un cuadro de fiebre y tos.
La migrante originaria de Atlantida, Honduras, contó que desde hace varios días su hijo padece de estos malestares y el medicamento no lo ha sanado,
Mientras espera su turno, la mujer narró que huyó de Honduras con sus cuatro hijos: dos de ellos, adolescentes de 14 y 12 años, uno más de tres y el de 12 meses, para evitar que las pandillas reclutaran a los mayores.
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“No quiero que mis hijos terminen matando y robando, por eso tuve que huir con ellos.
“He andado de albergue en alburgue, pero es mejor. Aquí me abrieron las puertas y aunque sea arrocito con frijoles tienen para comer y no andamos en la calle rodando”, comentó la mujer que ya realiza trámites para solicitar refugio y quedarse en México.
El hijo de la migrante hondureña Wendy Sierra, Eduardo Isaí, de un año, también padece de tos, gripa y fiebre.
Se le nota molesto, sus ojos están apagados; tose y llora constantemente. Su madre dijo que presenta deshidratación, que ya le dio medicamento, pero que no ve alguna mejoría.
A pesar de todo, en el albergue, el viernes pasado los menores de edad celebraron el Día del Niño, con piñatas, pastel, música, baile, juegos, dulces y regalos, que transformaron el rostro triste de todos ellos en alegría.