El polvo cubre las cajas y los canastos repletos de piezas de barro negro elaboradas en el taller de Teresita. Desde hace más de cuatro meses están así: embaladas y listas para enviarse a diferentes destinos turísticos del país.

Tampoco se escucha el ajetreo de las dos docenas de personas que trabajaban en crear las artesanías, unas de las más representativas de Oaxaca.

La pandemia ocasionada por el coronavirus detuvo y desplomó las ventas, en la que los pobladores consideran la peor parálisis económica que han vivido y la cual ha dejado una estela de pérdida de empleos.

Este municipio, conurbado a la capital de Oaxaca y ubicado en los Valles Centrales, sufrió el impacto de la pandemia en su principal actividad económica. Aquí hay más de 300 talleres de alfarería de barro negro.

De acuerdo con el Plan de Desarrollo Municipal 2017-2019, por ejemplo, de las 186 unidades económicas (negocios) del sector comercio en esta población, 140 pertenecen a la producción de alfarería. Fue por eso que el golpe les pegó tan fuerte.

Las autoridades municipales estiman que a causa de la crisis económica derivada de la pandemia la comunidad perdió 95% del turismo, principal consumidor del barro negro.

Transformarse para no morir

En las manos de Abelina García Aguilar, una pequeña esfera de barro se transforma en un impresionante jarro. La destreza en el movimiento de sus dedos es el reflejo de más de medio siglo de experiencia, pues aprendió el oficio cuando tenia seis años.

Abelina trabaja en su casa junto con su esposo Gregorio Mateo Vicente. Aunque su taller es pequeño, cuentan con las herramientas necesarias para laborar y les sobra experiencia. Lo que falta es quién les compre.

Abelina y Gregorio explican cómo cambia el barro cuando pasa por su taller. Primero es una piedra de consistencia porosa, lo manipulan hasta que se convierte en una materia densa y maleable. Luego, sus manos transforman esa pasta en cualquier objeto de su imaginación.

Cuando la pieza está lista pasa por 12 horas de cocción en un horno especial alimentado por leños de encino y continúa su proceso hasta llegar al punto de venta: la plaza artesanal.

No sólo el barro cambia. A lo largo de los más de 60 años que esta pareja de artesanos lleva en el negocio, muchas cosas han cambiado en la mítica alfarería de San Bartolo Coyotepec.

Abelina recuerda que cuando era pequeña iba a las plazas de los pueblos aledaños a “feriar”. Ahí intercambiaba sus creaciones en barro negro por frutas y panes para el altar de muertos. En aquellos años, esa artesanía era muy apreciada, pues era el único capaz de contener agua.

El cántaro de un litro era el más vendido, se usaba para el mezcal, recuerda Abelina mientas trabaja con paciencia una pieza.

Gregorio agrega que las ventas también se concentraban en pichanchas y apastes, es decir, la mayor producción era de piezas con fines utilitarios.

Pero el plástico lo cambió todo. Los clientes comenzaron a comprarlo porque era mucho más barato, y a los alfareros del barro negro les fue imposible competir.

La alternativa que tomaron fue transformar su negocio: pasar de piezas utilitarias a ornamentales. Bajó su producción de pichanchas, cántaros y apastes, pero subió la de cántaros calados, floreros y piezas escultóricas.

Sus clientes también cambiaron. Con el bajo consumo local, encontraron en el turismo un nuevo nicho de mercado. Sus piezas dejaron de venderse en las comunidades aledañas y comenzaron a ofrecerlas entre los visitantes de la comunidad.

Luego, poco a poco vino la exportación fuera de Oaxaca.

Ahora, en San Bartolo Coyotepec no hay rastro de turistas a quienes puedan vender sus creaciones de barro negro. Abelina y Gregorio saben que tienen que cambiar nuevamente y transformarse, como el barro.

El siguiente paso lo tienen claro: la venta a través de internet, por lo que ahora buscan clientes desde su perfil de Facebook, Artesanías Abe. De “feriar” cara a cara hace 60 años, ahora el contacto es virtual.

¿Cómo se migra a lo digital?

El taller de Teresita Andrés Castillo daba empleo a 20 personas, pero en los meses de abril, mayo y junio nadie trabajó.

En julio reabrió el taller y ha podido contratar sólo a tres de sus trabajadoras. Para cubrir el salario su esposo le ayuda con los ingresos que obtiene como chofer de mototaxi.

La plaza artesanal es el punto de venta con la mayor concentración de artesanas en San Bartolo, cuentan con 107 productoras de barro negro (20 hombres y 87 mujeres), así como 11 cocinas.

Fue creada hace 15 años y es un conjunto de pequeños locales de madera en un gran llano de tierra. Cerraron desde la declaración de contingencia sanitaria y así sobrevivieron hasta el 5 de agosto. Por ahora sólo mantienen 30% de sus locales abiertos.

Martha Mateo, presidenta del comité de la plaza artesanal, desde enero de este año no se imaginó que se enfrentaría al mayor reto que este sitio ha tenido.

Para hacer frente a la crisis, Martha tiene la idea de crear una plaza virtual para ofrecer la producción de las comerciantes.

Martha sabe que la tarea no es sencilla y que el primer paso será convencer a todas de vender en esta nueva modalidad, pues la mayoría de las artesanas son mayores de 65 años y no están acostumbradas a la tecnología.

La implementación de catálogos virtuales y ventas por internet es una alternativa a la que sólo unos pocos tienen acceso, por lo que la falta de conocimientos técnicos se convierte en una barrera que impide que las artesanas tomen este camino.

Teresita, por ejemplo, tomó un curso de computación hace algunos años. Puede operar una computadora a nivel básico, pero asegura que no es suficiente para intentar un negocio en línea: “La falta de conocimiento tecnológico nos limita, todos dicen: ‘Venda en línea’, pero ¿y los que no sabemos vender en línea?, ¿qué hacemos?”, se pregunta mientras atiende su local.

Esta realidad no es ajena para Martha, pues sabe de antemano que esa barrera tecnológica debe romperse, por lo que busca crear una comisión para que reciba capacitación y pueda operar la tienda virtual en la que se incluya el trabajo de todas, y que así ninguna quede en desventaja.

Pero como aún falta tiempo para que esta idea se concrete, pues hasta octubre comenzarán la planeación y capacitación, los artesanos tienen que buscar otras alternativas para sostenerse.

Muchos de ellos, por ejemplo, optaron por vender comida en sus casas, trabajar en el campo o manejar mototaxis. Mientras tanto, el municipio desarrolla una propuesta de captación de turismo desde las redes sociales, pues considera que esta alternativa es la que cuenta con un menor costo y mayor impacto.

La otra esperanza es que por fin se termine la edificación de su nueva plaza, un proyecto que comenzó en 2019 y que se paró por la pandemia. La fe en salir adelante está en una obra que nadie sabe cuándo se retomará.

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