Pachuca.— La vida de Graubeen había transcurrido entre pasarelas y fotografías de portadas en revistas; el éxito le llegó tanto en el modelaje como en la medicina. Luis Ángel, su hermano, siempre fue el niño de mamá; ahora que es adulto cuida de ella. Estas son dos vidas que no sucedieron porque ambos murieron a manos de su padre hace 24 años.
La pesadilla de esta familia sucedió el 10 de marzo de 1997, en la calle Molino del Rey 305, en la colonia San Luis, en el centro de Tulancingo, Hidalgo.
A los 17 años Raquel era una chica con sueños; uno de ellos parecía haberse hecho realidad, conseguir el amor del hombre más asediado de la región. Luis Ángel, un hombre guapo y extranjero, era el partido de todas las mujeres de Tulancingo.
Raquel conoció a Luis Ángel en la feria del pueblo. Después de cortejarla se hicieron novios por más de un año, hasta que le propuso matrimonio, el cual realizaron a escondidas de su familia en el municipio de Acatlán.
Cuando se conocieron, cuenta que lo hizo como Luis Ángel García Conde, hijo de un conocido pachuqueño, pero en la boda reveló que en realidad era hijo adoptivo y sus verdaderos padres eran guatemaltecos.
Con los niños en edad escolar, Raquel fue tesorera del colegio, lo cual aprovechó Luis, quien le pidió dinero prestado que nunca devolvió, por lo que fue denunciada penalmente.
Esto supuestamente preocupó a su esposo, quien decidió que Raquel debía huir a la Ciudad de México para evitar una detención; consiguió una abogada que llevara el proceso y se hizo cargo de los niños.
Para esa fecha ya trabajaba como agente de ventas de una empresa de molduras en Tulancingo, a donde se habían mudado. El plan era viajar a Tamaulipas mientras la abogada resolvía el problema.
Raquel relata que ese 10 de marzo Luis le pidió viajar de la Ciudad de México a Pachuca y le pidió que lo esperara en la central de autobuses, donde él la recogería. “No te muevas de ahí”, fue la orden que acató por 10 horas.
“Entré primero y le abrí a mi madre, pero mientras yo pasaba al baño, ella fue a la recámara donde las luces estaban apagadas y no encontraba el interruptor. Sólo vio que Graubeen estaba en el suelo y pensó que se había quedado dormida.
“Al pasar al cuarto, le agarro un pie a mi hija y le digo: ‘Graubeen, ya te quedaste dormida con los audífonos puestos’. Como no respondía busqué el apagador y vimos que ella estaba en medio de un charco de sangre y Luis Ángel en la cama tapado”, comenta Raquel.
De acuerdo con los peritajes, Luis mató por asfixia primero al niño, alrededor de las 8:00 horas; a las 10:00 horas fue a la preparatoria y sacó a Graubeen de las clases, a quien mató de 20 martillazos.
El martillo, dice Raquel, quedó en el sillón de la sala limpio, lo había lavado; en una fotografía de la familia que acostumbraban tomarse en cada diciembre Luis dejó una nota. “Los niños no tienen por qué sufrir y yo me voy a matar”. No lo hizo, se fue, antes de llevarse dinero y joyas.
La justicia, su único sostén
Desde el día de los asesinatos la vida de Raquel sólo ha tenido un propósito: buscar justicia. Esa que prometió a sus hijos y que durante 24 años persiguió.
La búsqueda inició en redes sociales, donde envió cientos de solicitudes a quienes creía que podían ayudarla. Fue en junio de 2019 que encontró a Edy Armando, hermano del esposo.
Él le comentó que Luis Ángel llegó a Guatemala con la historia de que su familia murió en un accidente donde un tráiler había embestido su auto.
La justicia alcanzó a Luis Ángel y fue detenido el 12 de noviembre de 2019; aunque Raquel se enteró hasta febrero de 2020, tiempo en el que en vez de trasladarlo a México, lo llevaron a Guatemala, y aunque estuvo cerca de quedar libre, el mes pasado regresó a donde todo inició.
Así, el viernes 22 de octubre, Luis Ángel volvió a pisar la tierra de sus hijos y el lunes 25 se celebró la audiencia donde lo vincularon a proceso.
“Estoy a punto de cumplir la promesa que les hice a mis hijos de hacerles justicia. Que mi historia sirva a alguien, que vea lo que yo no vi y que no nos quedemos solas, rotas y vacías”, menciona Raquel.
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