San Francisco Ozomatlán.— En el taller de Leoncio, las telarañas enmarcan los troncos de diferentes tamaños que durante meses no han sido tallados. Gubias y cuchillos permanecen a la espera de volver a ser utilizados. La pintura comienza a secarse; máscaras de diablos, jaguares y soplones cuelgan amontonadas en la pared, y cientos de burritos sin ser terminados asoman los ojos de las cajas para huevo a medio cerrar, donde Leoncio los guardó al enterarse que el cliente que se los pidió ya no regresará a recogerlos.

“Yo hago cualquier figura o máscara  que me pidan. Algunas son para los bailes y otras para decorar las casas. Siempre hemos trabajado por pedidos. Cada año me encargan 100, 200, hasta 500 piezas, pero desde que llegó la enfermedad del coronavirus, ya no hay venta. Estos pedidos quedaron aquí guardados, no hay clientes porque cerraron las playas, los caminos y los lugares donde se vendían y mis compradores tampoco pueden ir a vender el producto”, cuenta Leoncio Catalán, artesano de Guerrero.

Artesanos de máscaras de madera en Guerrero luchan por sobrevivir
Artesanos de máscaras de madera en Guerrero luchan por sobrevivir

Con cerca de 2 mil habitantes, San Francisco Ozomatlán es una comunidad nahua que se ubica a las orillas del río Mezcala, en el municipio de Huitzuco de los Figueroa, al noroeste del estado de Guerrero.

Aquí, debido a que el clima es caluroso y semiárido, las cosechas se llevan a cabo una vez al año, razón por la que los pobladores, hace varias generaciones, buscaron además de la agricultura, otra forma para sobrevivir, encontrando en la  elaboración de máscaras y figuras de madera —que generalmente son utilizadas durante danzas típicas en esta y otras regiones país— su principal fuente de ingresos económicos.

Sin oportunidades

Artesanos de máscaras de madera en Guerrero luchan por sobrevivir
Artesanos de máscaras de madera en Guerrero luchan por sobrevivir

“Yo no sé cómo aprendí, quizá Dios me dio esta habilidad. No sé escribir ni leer, pero estas máscaras las puedo hacer muy bien. Las imagino y las voy tallando hasta darles la forma que quiero o que me piden”, asegura Leonardo Leyva, otro artesano de este poblado, mientras, en cuestión de minutos, convierte un pedazo de tronco en una máscara de jaguar para mostrarnos la rapidez con la que le gusta trabajar.

“Nada más que ahorita ya nadie nos compra nuestros productos por la enfermedad. De esto me mantenía. He sobrevivido con la cosecha que cada año tenemos y que solamente nos alcanza para comer”, añade después de un silencio prolongado.

Sin acceso a la educación ni ofertas de trabajo, ahora con la pandemia todo se complica más. Los habitantes de San Francisco Ozomatlán están preocupados porque por generaciones se han dedicado a la artesanía.

“De esto nos mantenemos toda la familia. El arte es como un patrimonio para nosotros, aquí no hay trabajo, no hay otra cosa qué hacer. En este  pueblo carecemos de trabajo. Si ya no nos compran tendremos que dedicarnos a otra cosa. No podemos ir a la ciudad porque no estamos preparados”, comenta Pedro Estrada, artesano desde hace más de 40 años, mientras trabaja en la elaboración de su único pedido del año: 12 burritos que utilizarán durante la celebración a San Lucas  y con los que ganará aproximadamente 2 mil pesos.

Artesanos de máscaras de madera en Guerrero luchan por sobrevivir
Artesanos de máscaras de madera en Guerrero luchan por sobrevivir

“Si ya no me hacen pedidos, nos vamos a dedicar a otra cosa. Lo he estado pensando; voy a salir, emigrar a otro lado a trabajar, porque si no se acaba la pandemia, tendremos que buscar otra forma de ganar dinero, lo triste es que se acabaría el oficio del artesano”, concluye Leoncio entre los cacareos de las gallinas, mientras sostiene con nostalgia una máscara de diablo color negra entre sus manos.

Hoy, esta región conocida como el principal centro productor de máscaras y figuras de madera en México, por la capacidad de los artesanos de elaborar productos de cualquier otra zona del país, corre el riesgo de dejar de serlo, pues desde hace nueve meses no hay ruido de sierras ni martillos golpeando, no huele a pintura. Las calles sin pavimentar lucen vacías. No hay revendedores llenando sus camionetas con artesanías y los habitantes sobreviven con lo poco que les queda de sus ahorros, sin salir de casa porque “no hay dinero para salir”.

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