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San Antonio La Isla, Méx.- Ángel López Carbajal tenía 10 años cuando comenzó a trabajar la técnica el torno de abajo , una herencia de su papá y sus abuelos. A sus 60 años de edad, es la cuarta generación de su familia —y, lamentablemente, quizás la última—en producir aretes, patinetas, baleros y otros juguetes con hueso y madera .
Tras ocho meses de pandemia en los que debió cerrar su taller y dejar las ventas, las pocas ferias de artesanías que se instalan en los municipios son un respiro, “una esperanza” para retomar las ventas y lograr algunos ingresos, dice.
Dar el acabado final a cada pieza le lleva sólo 15 minutos. Sin embargo, el torno de abajo implica fuerza, destreza y creatividad, aspectos que pocas personas valoran. Por eso es que esta actividad se está perdiendo: cada año se reduce más la cifra de artesanos dedicados a ella.
“Muchas veces los hijos y los nietos prefieren irse a trabajar a las fábricas (los que pudimos darles carrera), pues dedicarse a la profesión que eligen y dejar este oficio familiar de lado. Ya no es redituable, pocas personas le dan valor a un juguete de madera y pues las tradiciones se van perdiendo”, lamenta Ángel.
Aunque sus nietos se acercan a verlo trabajar, dice, la realidad es que ninguno aspira a darle continuidad.
“Es un trabajo delicado, cansado. Uno no resiste todo el día porque se tornea con los pies descalzados, se elabora todo con mucho detalle, pero son pocos quienes lo valoran, pagan el precio que vale”, reprocha.
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Para Ángel, continuar con esta actividad es muy importante. Cree que, si dos personas mantienen la tradición y las autoridades locales brindan poco impulso a este tipo de artesanía, especialmente el hueso, la madera “se defiende entre tanta tecnología”.
Tanto él como otros artesanos tienen fe en recuperar algunos ingresos durante los últimos meses del año. Esperan colocar piezas y tener pedidos especiales, sobre todo porque a fin de año y en enero muchas personas buscan un detalle que “ahora parece curioso o novedoso” para regalar en Navidad y Día de Reyes.
Entre los jueguetes que Ángel fabrica hay un "troncomóvil" de entre 25 y 30 pesos; una patineta de "El Chavo del 8" llega hasta los 40 pesos. Esos son sus precios, pero casi todo su material lo vende a intermediarios que después lo llevan a otros lugares del estado y del país.
“Creo que a veces sí es barato lo que nos pagan, pero es la necesidad la que nos lleva a vender a como dé lugar con quienes nos buscan y aunque muchos rematamos nuestro arte, lo que pensamos es en recuperar algo de lo invertido".
apr/jcgp