Un teatro lleno recibió este jueves a y , protagonistas de una de las obras más entrañables para el público desde hace siete años: " ".

Escrita por Adrián Vázquez, uno de los más reconocidos dramaturgos en nuestro país ("Algo de un tal Shakespeare"), Adrián también dirige y protagoniza esta puesta junto a Teté, y la química entre ambos fue evidente, de nueva cuenta, durante esa única función el jueves pasado.

Todo comienza con Wenses y Lala sentados en una banquita en el teatro. Eso es lo único que el espectador ve durante toda la obra, sin embargo, gracias a la historia que ambos cuentan, el público viaja a la infancia de los protagonistas, a ese pueblito perdido en algún lugar de México (aunque bien podría ser otro país), en el que la vida y la muerte hermana a estos dos desde niños.

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Lala conoce a Wenses de una manera peculiar: porque desde niña lo veía asomado por la barda de la casa vecina, sin decir una sola palabra.

La enfermedad y el narcotráfico arrebatan la vida a sus padres el mismo día, dejándolos tan solos que lo único que tienen es al otro, y a esas dos casas vecinas a las que se aferran con todas sus fuerzas.

Allí, Wenses y Lala, que desde el principio advierten al público que ya están muertos —para que no vayan a andar llorando después—, cuentan cómo fueron creciendo, cómo fue cambiando el mundo para ellos, sus cuerpos, sus mentes y sus sentimientos.

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A golpe de risa y llanto, hicieron, una cez más, que cada espectador se sintiera como escuchando la historia de sus tíos o de sus padres, escuchando historias reales, marcadas por la pérdida pero también por la belleza de la vida, de un río de agua helada por las tardes, de los rayitos de sol y las hojitas de pirul atoradas en el pelo de una mujer desnuda, de esa piel erizada por el contacto con el otro, de ese descubrimiento del mundo a tientas, sin guías, y también de ese cagarla en el camino sin querer, y claro, del amor.

"Que te necesito, que nada es posible en la vida sin ti, regresa te pido, mil lágrimas faltan si lloro por ti", cantaba Lala, y en la oscuridad que reinaba el teatro fuera del escenario, se escuchaba como uno, cinco, diez, y más andaban moqueando.

Sí, pese a que lo habían advertido, más de la mitad acabó llorando cuando volvieron a contar que estaban muertos, incluso al encenderse las luces, incluso al final de la obra, con los aplausos de pie y esos dos aún sentados allí en la banquita del escenario, los asistentes no puedieron contener el llanto y dejaron el lugar con los ojos hinchados, directo al baño a sonarse la nariz, y directo a casa con una gran historia en el corazón.

fjb

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