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Cancún.— Llegó la noche del reestreno. Ninguno de los artistas lleva careta, ni cubrebocas, pero sólo porque el maquillaje se los impide; aguardan emocionados para encontrarse con su arte y con su público.
Han sido tres meses de espera. Los empleados lucen sonrientes bajo esas caretas plásticas, eso se intuye por las líneas de expresión en los ojos, pues sus rostros se esconden bajo curiosos cubrebocas con diseños selváticos.
Los primeros visitantes, con quienes reiniciarán actividades en una nueva normalidad, son recibidos como artistas. Los propios empleados les aplauden en un largo pasillo que atraviesa un cuerpo de agua y conduce a las tiendas y bares, justo frente al Teatro Vidanta, en donde desde finales de 2014 se realiza el espectáculo Joyà, auspiciado por el Cirque du Soleil.
Las anfitrionas lucen trajes de colores y tocados de flores sobre la cabeza, ellas forman parte de los más de 300 empleados, entre elenco, técnicos, meseros, baristas, administrativos, equipo de ventas y encargados de sanitización, que la empresa mexicana que administra el show (Grupo Vidanta) procuró conservar aún sin haber registrado ingresos desde el 21 de marzo, cuando el espectáculo dejó de ofrecerse.
En la reapertura gravitan emociones. Elenco y producción reconocen que están nerviosos, no quieren que algo falle.
Hay turistas que se toman fotos, degustan bebidas o se pierden contemplando una cascada a un costado del teatro. Dentro, la primera fila luce vacía y así estará. La distancia entre asistentes aumentó y el aforo disminuyó.
Entre el público se hallan Ricardo y Liliana Campos, son hermanos y viajaron desde Monterrey al reestreno.
“Simplemente fue el instinto de que necesitamos vacacionar, al estar encerrados, dijimos ‘vámonos un ratito’, para no estar en cuarentena, sino acá con sana distancia”, dice él.
Las luces se apagan, el show debe continuar, hay menos almas pero la misma ilusión. Afuera el semáforo es naranja, adentro la gente se deja llevar por un show multicolor.