Para conmemorar el , el organizó la mesa redonda “ . Vocación y voluntad de ser las artes y la construcción de sí misma”, moderada por la doctora Graciela Mota y en la que participaron la investigadora Georgina García Gutiérrez Vélez y la propia Lavista.

Durante su intervención, Gutiérrez Vélez habló de cómo Lavista cultivó la lucidez a una edad temprana, en el seno de su familia. Una lucidez que la llevó a registrar, a lo largo de su trayectoria, el imaginario mexicano: desde la vida de la ciudad, las funciones de las vedettes y la arquitectura de Guanajuato, hasta la visita del escritor argentino, Jorge Luis Borges, con las pirámides de Teotihuacán en el punto de fuga, el paradigmático ajolote, y la escena intelectual de una época donde le tomó fotografías a artistas e intelectuales, enlistados en desorden, como Carlos Fuentes, Manuel Felguérez, Mario Lavista, Graciela Iturbide, Octavio Paz, Juan José Arreola, Ernesto de la Peña, Raúl Lavista, Gabriel García Márquez, Juan Rulfo y, por supuesto, Salvador Elizondo, su esposo (muchas de estas fotografías se exhibieron en 2005, en Los Ángeles, California, como parte de la muestra ”Personajes de la vida cultural de México”).

Gutiérrez Vélez habló también del “romance” que tuvo la cámara de Paulina con Elizondo, en alusión a las afinidades estéticas y la poética del matrimonio.

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Cuando Lavista tomó la palabra recordó que estuvo en la primera generación del Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC), donde sus maestros fueron José de la Colina y el propio García Márquez. Además de que, en esos años de acercamiento inicial al lenguaje del cine, se hizo amiga y trabajó con el cinefotógrafo Gabriel Figueroa.

Por su esposo, recordó, conoció a Rulfo y Paz; por su padre, a Dolores del Río y Pedro Infante. De los dos hombres paradigmáticos de su vida mencionó rasgos y anécdotas:

lizondo fue su novio, marido, amante y maestro; su padre era un hombre talentoso, lúcido, melómano, con el que escuchó a Wagner, Ravel y Debussy; gracias a él, también, surgió la curiosidad por el mundo del cine.

Aunque, claro, ese universo antecedió su salto a la fotografía. En el presente, después de grandes exposiciones individuales en la Sala Isidro Fabela, el Palacio de Bellas Artes y el Museo de Arte Moderno, entre decenas de muestras, mencionó cómo, en el siglo XXI, la fotografía dio un vuelco con la entrada del mundo digital.

Algo ante lo que Lavista se adaptó e hizo series documentales para ganarse la vida: “Ciudad instantánea” en Canal 22 y “Luz propia” en TV UNAM; proyectos donde la fotografía fue parte fundamental del lenguaje. “Me volqué en el video como un modus vivendi”, dijo.

“Detrás de la cámara, por medio de la escritura, su mirada encuadra, ve más allá”, dijo Gutiérrez Vélez y recordó que José de la Colina bautizó a la fotógrafa como “Paulina, la de la vista”.

En la nómina de figuras admiradas, que debe ser amplia, Lavista mencionó a Cartier-Bresson, su fotógrafo favorito, quien mencionaba la búsqueda del instante decisivo, y a Juan Rulfo, importante para ella, no sólo como escritor, sino como fotógrafo.

Luego recapituló ciertos datos de la historia de la fotografía: en los albores del siglo XX y su punto de unión con el XIX, la obra de Gaspard-Félix Tournachon “Nadar” ayudó a liberar a la pintura de su afán de captar lo real con fidelidad, lo cual fue decisivo para el surgimiento de la pintura moderna. Al trazar dicho arco —esta línea del tiempo— habló de cómo la fotografía digital es, por su practicidad, una ayuda, aunque el desplazamiento del método viejo ha hecho que se pierda el interés por la composición de la imagen.

Hoy todos tenemos una cámara oscura en el celular —señaló— y, más asombroso aún para la fotógrafa, dos cámaras oscuras y un diafragma en los ojos.

Figuras de una época

Entre los personajes que Lavista recordó están Manuel Álvarez Bravo, su maestro y organizador de la exposición “Tres mujeres en la fotografía mexicana”, que se presentó en Nueva York y enmarcó a Lavista, Graciela Iturbide y Colette Urbajtel.

También habló de la ocasión en que Jorge Luis Borges vino a México. La primera vez que lo vio fue del brazo de Miguel Capistrán, una escena que la sorprendió porque, desde tiempo atrás, Capistrán anunciaba que un día se encargaría de traer a Borges a México y, como era “un poco mitómano", nadie le creía.

Fue cuando Borges debatió con Elizondo para una mesa redonda televisada que se dividió en dos jornadas, dirigió Gálvez y Fuentes, “El Bachiller", y donde también participaron Arreola, Bleiberg, González León y García Ponce.

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mahc

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