Así como el metal, el rock progresivo y las emergentes variantes del fierro tienen sus séquitos puntuales, el llamado rock psicodélico, desarrollado a partir de la experimentación de las drogas (principalmente del LSD) en Estados Unidos y El Reino Unido, con una combinación de sonidos inspirados en un conjunto de resonancias conseguidas y con la incorporación en el estudio de audaces técnicas de grabación y combinación de estilos (folk, jazz, sonoridades venidas de la India y la naciente música electrónica de experimentación), acabó por imponer la hegemonía de esos sonidos extraños, que hasta derivaciones consiguieron luego como el space rock, acid rock, krautrock y fusiones de soul y pop.

Los años 60 explotaron los dos únicos caminos psicodélicos con las variantes del San Francisco sound y la escena de Canterbury que, de alguna manera, moldearon los estándares de asonancias entre el rock ácido, blues y el pop progresivo que le abriría paso al glam y al hard rock. Hoy en día, gracias a la sagacidad y buen olfato de compradores de sonidos extraños y coleccionistas de lo insólito es que sigue llamando la atención la gama de asonancias psicodélicas.

Lo más buscado del género no son las experimentaciones realizadas en su momento por Jimi Hendrix, Pink Floyd, los Doors, Iron Buterfly y Jefferson Airplane, por citar a unos cuantos, sino los sintetizadores y hasta la manipulación de las guitarras eléctricas, el sitar, el theremin y la naciente pedalería para las guitarras que llevaban a las canciones más allá de los membretes convencionales y con un claro apoyo en las drogas, el esoterismo y la literatura excéntrica con el único afán de expandir la conciencia de los usuarios de los alucinógenos y esoterismo.

Burroughs, Allen Ginsbergh y Jack Kerouac fueron inmediatamente señalados como revoltosos al igual que Timothy Leary, Huxley y Arthur Koestler, pero nadie iba a poder parar la música psicodélica, cuyos discos de vinilo, casetes y compact disc, aumentaron sus ventas al manipular cientos de canciones antes de la era digital y las plataformas.

Lo que llama más la atención es la llegada del pachequismo mexicano (Monsiváis, dixit) gracias a bandas como la de Frank Zappa y The Mothers of Invention, The Fugs, Kim Fowley, Los Elevadores del Piso 13, Doors, y hasta los experimentadores Beach Boys y Beatles.

La gota que derramó el vaso: los álbumes psicodélicos acoplados, con una probada bastante ácida de bandas de adiós, despedida y permanencia voluntaria.

Los Pachecos nacionales se subieron al barco cargado de música rara y drogas de grupos americanos e ingleses, precursores del alucine generacional.

Cinco discos compactos de la colección, edición limitada de We can fly, que agrupan 120 anómalos tracks de bandas seminales de los años 60 y 70, incluyendo tracks legendarios, excentricidades y toda clase de experimentación al estilo de Lothar and the Hand People, Teardops Explodes, Televisión, The Cleaners From Venus, Sonic Youth… Años 60 a 90, y más en una colección numerada que se multiplicó como los hongos.

Como este boxet, hay otras recopilaciones donde la taquicardia está a la vuelta de la esquina, para los que no sólo viven en un estado permanente de pachequismo exacerbado, sino que no han dejado de practicarlo desde que oyeron algunas de sus canciones más representativas, incluyendo las de la tendencia Obscuritie. Ajústense el casco para volar placenteramente.

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