El refrán reza que “hijo de tigre, pintito”. Y María Perroni, de nueve años y actriz en Anita, la huerfanita, no deja de estar orgullosa de su papá, el también actor Pablo Perroni. Prácticamente han pasado su vida juntos en el Teatro Milán, de la Ciudad de México, tanto arriba como abajo del escenario. Ella, desde más pequeña, atendiendo la dulcería o acomodando al público que llegaba.

“Es un orgullo que se dedique a lo mismo que nosotros”, expresa Pablo.

Ambos, en el Día del Padre, hablan de su vida, en la que se aplauden uno al otro, así como los momentos de diversión, como cuando él le gana en juegos de mesa y ella intenta enseñarle a resolver el cubo de rubik.

¿Qué pensaste cuando te enteraste que ibas a ser papá?

Pablo: ¡Nada de nerviosismo! María era una niña muy deseada, Mariana (Garza, la mamá) se dio cuenta (del embarazo) a los dos días porque está muy conectada con su cuerpo y pronto la panza le creció mucho: a los dos meses parecía que tenía cuatro, hasta llegamos a pensar que eran gemelos (risas). ¡Y no, lo que pasaba es que la chiquita quería su propio espacio para cantar y bailar desde ahí!

¿En qué momento te diste cuenta que tu papá era actor?

María: De lo que más me acuerdo es cuando estaba haciendo Sólo quiero hacerte feliz, poco antes de que comenzara en esto.

Pablo: Fue cuando la hicimos aquí (Teatro Milán) porque cuando estábamos en el Polyforum, ella no quería entrar. En la primera escena del jardín se supone que me enterraba unas rosas y salía sangre y gritaba y ella no podía ver eso.

¿Qué se siente cuando ves que a tu papá le aplauden o lo reconocen en la calle?

María: Siento mucho orgullo de tener a mis papás tan talentosos que me puedan apoyar en todo lo que hago y, en este caso, como es a lo mismo que me dedico, darme consejos.

¿Cómo tomaste el hecho de que María quería dedicarse a esto? A los actores les toca las épocas buenas, malas, oscuras y blancas.

Pablo: Lo mejor para los hijos es que se sientan libres y realizados y con María fue muy sencillo. Desde temprana edad supo cuál era su pasión. Aquí atendía la dulcería o acomodaba gente o limpiaba, prácticamente desde que aprendió a caminar, sabe cómo es el teatro y obvio le interesaba la actuación. Desde los cuatro años quiso entrar a un curso de comedia musical en el Centro Libanés y a partir de ahí no se ha vuelto a bajar del escenario.

¿Qué tanto te aconseja?

María: Cuando me van a ver a mis funciones, él siempre se da cuenta si hice algo nuevo y me dice: oye, sería padre que hicieras eso, pregúntale al director si te deja.

¿A qué jugabas con él?, ¿a director y actriz en algún momento?

María: ¡A muchas cosas!.

Pablo: ¡Nunca hemos hecho teatro juntos! Pero había juegos de mesa y ¡se enoja cuando le gano! (risas). ¡Ahora me está enseñando a armar los cubos rubik, en mis tiempos no podía y ella es experta! Lo que le hemos dicho es que se divierta, que el día que ya no se divierta en el escenario, no pasa nada. Hay días que no tiene función y ella quiere estar ahí y nadie mejor que nosotros la entendemos, desde pequeño, a los ocho años, fue mi pasión. No hay cosa más maravillosa que eso.

¡No entiendo a muchos que se trauman y dicen que ojalá su hijo no sea actor! Por supuesto que es difícil, pero si te dedicas a esto, cómo no entender lo apasionante que es.

¿Ya tienes tu regalo para hoy?

María: ¡Más o menos!

Pablo: De chiquita me regaló una hoja con sus manos rojas que me fascinó pero por alguna razón ¡está en su cuarto! (risas).

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