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Pablo Guisa es un fanático del terror al que le gustaría encontrar fantasmas: de niño se metía a casas abandonadas o se brincaba las bardas de panteones, a fin de encontrar algo que le asegurara la existencia de cosas paranormales.
Recién en su oficina, un colaborador aseguró haber visto a una niña que lo miraba fijamente, pero él no ha corrido con esa suerte.
Lo curioso es que Guisa es el director del Mórbido, festival de cine de género que fundó hace casi dos décadas, ahora en plena marcha de la edición 17 que concluirá el próximo 10 de noviembre, con más de 100 producciones entre corto y largometrajes.
Lo que sí tiene en su manos es una colección de tatuajes en piel humana, que le han sido otorgados en vida por personas, así como una colección de huesos y recién de animales en taxidermia.
“A mi las cosas muertas me encantan y me encanta tenerlas”, dice Guisa de buen humor.
Y en pleno arranque de Mórbido, acepta charlar con EL UNIVERSAL de sus temores reales, algunos de los cuales no le han dejado dormir bien.
¿Cuál ha sido uno de los momentos en que más miedo has sentido en la vida?
Sin duda cuando tomé la decisión de hacer Mórbido. Tenía una productora exitosa, Spiderland, con la que hacíamos cobertura de conciertos en el Auditorio, producción de videoclips, habíamos ganado premios y nos iba muy bien. Pero cuando tomé la decisión del cine de terror tardé dos años en armar la primera edición del festival y cuando no vi nada en el camino, me sentí al borde del precipicio. Entonces me esforcé en que no se me notara con los colaboradores (risas), pero tenía miedo de que las cosas no resultaran y me llevara a mucha gente entre las patas.
¿Qué leyenda mexicana te ha dado terror?
Cuando era niño se decía en la fábrica de plástico que tenía mi abuelo, en el viejo Tlalpan, que en un árbol grande se aparecía una monja porque seguramente había un tesoro ahí. Y yo siempre bajaba por las noches a buscarla, me daba miedo, pero con adrenalina.
Quisiera decir que he experimentado algo paranormal o inexplicable, pero aunque han pasado algunas cosas como que en la oficina espantan. Hace un par de semanas que estábamos en una junta, uno de los colaboradores se puso pálido y blanco y que ya se quería ir, porque lo estaba viendo una niña. Pero creo que habemos dos tipos de personas: las que cuando pasa algo, tendemos a pensar en algo racional; y el otro grupo los que encuentran algo paranormal. Yo a todo le encuentro algo racional, aunque a veces no la tenga.
¿Película de terror que no te haya dejado dormir?
Una que no me dejó dormir es “The ogre” (1988) y sucede en una casa vieja en la que el olor de las orquídeas atrae a un ogro que se mete por los pasillos y si me sacó de onda, yo era un niño. Hace unos años vi también otra que en una noche se iba la luz de todos lados y quien no estuviera cerca de una fuente de luz, desaparecían sólo quedando la ropa (“Vanishing on 7th street”, 2010). Esa película la vi en un momento estando yo sólo en casa, según yo feliz, y se fue la luz y dije ¡madres, qué pasa!.
¿Qué pesadilla ha sido la más dura que has tenido?
Fue cuando iba en la universidad y estudiaba antropología, nos fuimos a San Luis Potosí y Real de Catorce, caminamos por el desierto, encontramos peyotes y nos lo comimos sin ninguna de las indicaciones que me habían dado para ello, de pedirle perdón, e instante después sentí que me iba a morir. Oí una voz que me decía que nunca más tocara el peyote y hasta escarbé un hoyo, mi propia tumba, para meterme ahí. Me la pasé muy mal.
¿Qué diría tu epitafio?
Perdón que no me levante.
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