Brincan. Al fondo, en lo alto, está Paul Van Dyk provocándolos con su mezcla de ritmos golpea a todos y los hace saltar, girar, mover los pies, gritar.
En el escenario principal a los pies de dos figuras enormes; el Dj apenas se ve en medio de dos amantes enormes que sostienen un corazón, pero se hace escuchar.
Se rasca la cabeza a ratos, mueve los dedos frente las consolas, se pone los audífonos por unos segundos y juega con el ritmo , la intensidad de sus beats para hacer que el público reviente en felicidad cada cierto tiempo y claro que lo logra.
Va oscureciendo, el escenario Kinetic Field luce mucho más y parpadea en tonos azules, morados, amarillos y rojos, mezclándose con la música; la gente también brilla más (literal), producto de las pinturas fosforescentes.
Cada quien está en su onda: los que no fuman bailan, los que no bailan beben (o ambas cosas), hacen fila para los juegos mecánicos, se van a las hamacas, recorren los escenarios en busca del beat que les acomode.
A unos minutos caminando, Chris Lake llama a otra audiencia con sus mezclas.
Las luces que lo acompañan juegan un papel determinante: son rayos azules y amarillos que parecen atravesar cada cuerpo, elevarlo y estallar a momentos.
Un joven abierto de brazos recibe toda esa energía mientras se pierde en sus pensamientos; otros bailan juntos, se toman fotos con actitud de "no me doy cuenta", y varios disfrutan de la música en el piso en esta última jornada del EDC .
mcp