Ayer, José José no estaba en Miami. Es decir, su cuerpo sí quedó en el hospital Homestead de esa ciudad estadounidense, en donde murió a los 71 años de edad luego de dos años de batallar contra el cáncer de páncreas. Pero ayer, José José estaba en la colonia Clavería de la Ciudad de México, en donde cientos de personas se reunieron de manera espontánea en el jardín de La China para “cantar las de José José”.
También estaba en el microbús en el que los pasajeros corearon (¿cuál otra podía ser?) “El triste”, la canción que lo hizo leyenda.
Hacia las 19:00 horas, los vecinos que habían prestado el sonido para armar el karaoke en el jardín de La China anunciaron que tenían que irse. “¡No, no, por favor!”, gritaron los vecinos. Y se quedaron otro rato a rendirle homenaje igual que sucedió en los coches en los que sonaba “Gavilán o paloma”. O “Una mañana”. O “Volcán”. O “La nave del olvido”. O “40 y 20”.
“Es que no había forma de no quererlo”, dijo Angélica María a EL UNIVERSAL. “José era un hombre generoso, bueno como él solo, era divino porque siempre estaba de buen humor, siempre buscando la forma de hacer un chiste, era muy divertido estar con él y con su canto nos enamoró a todos, nos dejó su música con el alma”.
Efectivamente José José es una síntesis de lo que significan fama, éxito, talento y, por supuesto, fracaso, porque su vida se divide en un antes y después del alcoholismo, enfermedad que casi le cuesta la vida pero de la que se recuperó en 1993 gracias a la ayuda de amigos como la productora Tina Galindo y el periodista Ricardo Rocha.
“Siempre creí que José José había muerto por primera vez cuando supo que había perdido sus facultades para cantar”, dice Rocha.
Galindo, habiendo participado en ese rescate, se queda con una deuda con El Príncipe de la canción. “Siento mucho no haberme despedido de él, pero pues no nos los permitieron, pero lo llevaremos siempre en el corazón, fue un gran amigo”.
José Rómulo Sosa Ortiz, como era su nombre real, tuvo una carrera de medio siglo, que comenzó tocando la guitarra y dando serenatas.
El nacido en la Ciudad de México vendió más de 120 millones de copias y alcanzó la fama pronto.
Tal su interpretación de “El triste”, en 1970, le dieron una de las mayores alegrías en su vida.
“Desde niño fui enfermizo”, recordó alguna vez. De pronto debía usar plantillas en los zapatos, oxígeno, un bastón, se hizo más flaco y se le dificultaba caminar.
Él mismo confesaba haberse quedado en bancarrota por culpa de los excesos y de su exesposa Anel, a quien acusaba de estafarlo.
Se casó, por cierto, tres veces: con Natalia Herrera, nieta de Plutarco Elías Calles, Ana Elena Noreña (Anel) y finalmente con Sara Salazar, quien ayer se encargó de organizar el funeral en Miami.
El Instituto Nacional de Bellas Artes, mientras tanto, anunció que espera la decisión de la familia para organizar un homenaje.