“¿Y eso qué es?”, le pregunté a Alberto Cortez. Lo que vos me pediste, respondió el cantautor argentino, quien en aquel noviembre de 2008 estaba en México para presentar el libro biográfico que llevaba el título simple de “La vida” .

En la mitad de una cartulina blanca, Cortez (quien murió hoy a los 79 años) tenía que dibujar algo que reflejara su personalidad o algún rasgo de su carácte r. Esa había sido la petición. Lo que hizo fue una carita redonda con una sonrisa enorme y una antena . Era, pues, un dibujo simple.

El dibujo no era una vacilada. Porque efectivamente así era Alberto Cortéz, un hombre simple capaz de cosas extraordinarias. ¿Por ejemplo? Pues construir Castillos en el Aire . ¿Otro? Plantar un árbol con su madre . ¿Más? Volar en una bicicleta luz.

Eso en plano poético pero también en la vulgar realidad tenía historias que contar. “Fui el primero en musicalizar los poemas de Pablo Neruda, de Antonio Machado , poetas que no eran bien vistos por los gobiernos de aquel tiempo”, dijo en aquella entrevista al referirse a que vivió una época en la que cantar a esos poetas de izquierda era un desafío para las dictaduras militares de Pinochet en Chile y Videla en Argentina. Eran los años setenta.

En Alberto Cortez la simpleza no sólo era un mote

. “El cantautor de las cosas simples” , le decían. Pero además de publicidad, era resumen de su biografía. A los 20 años salió de su pueblo Rancul con rumbo a Génova en busca de la vida; iba cargado con un par de mudas de ropa y nada más.

“En la maleta llevaba muy pocas cosas, solamente aquello que las madres siempre procuran poner a los hijos cuando se van de viaje por primera vez. Pero en mi espíritu llevaba mucho más, llevaba todas las ilusiones que puede tener un hombre a esa edad”.

Tras el éxito que obtuvo con canciones como “Castillos en el aire”, “Mi árbol y yo” y “La bicicleta luz”, regresó a Argentina para un concierto en el Luna Park al que asistieron… unas cuantas personas. “Me quedé tan decepcionado que me prometí jamás volver a Buenos Aires ”.

Pero volvió. Y no sólo a Buenos Aires sino a Rancul , el pueblo del que había salido con una maleta llena de ilusiones.

En 2003, Alberto Cortez

se presentó durante la celebración del Centenario de Rancul , un pueblo en el que había solamente mil habitantes. Pero a su concierto acudieron diez mil. Así de simple. Igual que el dibujo aquel de una carita redonda con sonrisa enorme. Igual que Alberto Cortez. Simple.

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