La espera terminó. Karen, de 22 años, por fin verá a su músico favorito en un festival. Ella es de las que cuida el ambiente en casa: evita usar el automóvil, gestiona el agua que consume y recicla en la medida de sus posibilidades, incluso ya evitaba el uso de bolsas de plástico antes de que, a inicios de este año, entrara en vigor la Ley de Residuos Sólidos en Ciudad de México.
Al hacer un recuento, la joven advierte un punto ciego en su misión de salvaguardar el planeta: ésta se remite a su hogar y zonas que frecuenta, pero pasa inadvertida cuando acude a un festival de música. Ahí no suele reparar en el daño ambiental al consumir bebidas y comida, tampoco cuando se habla de la energía que requiere un evento masivo, ni la pirotecnia que se utiliza y hasta el uso del automóvil.
De acuerdo a datos del Sistema de Información Cultural, tan sólo en la Ciudad de México se realizan al año 181 festivales, muchos de ellos no tan concurridos, pero otros, como el Festival Iberoamericano de Cultura Musical Vive Latino, Corona Capital y el EDC, reciben hasta 90 mil personas por día, según cifras de sus organizadores.
La pregunta de Karen es: ¿se hace algo al respecto? Sí.
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Itzel González, promotora del Vive Latino, cuenta que desde hace nueve años el evento ha trabajado con la organización Pronatura para valorar el impacto ambiental y reponer el daño por huella de carbono, esto es, hacen una evaluación de lo que se contamina para luego plantan árboles o realizar otros programas que compensen el daño.
Los festivales mexicanos registran esfuerzos similares desde hace algunos años y se encaminan para estar a la altura del resto del mundo.
Los eventos son grandes generadores de contaminación en el planeta, ésta se mide por la huella de carbono, el indicador ambiental que busca reflejar los gases de efecto invernadero (GEI) emitidos por efecto directo o indirecto por un individuo, organización, concierto o producto. Las iniciativas al respecto son claramente mayores en otras partes.
El festival FME en Quebec ya paga un “impuesto ambiental” de 1.50 dólares por persona, esos fondos adicionales equivalen a 1.9 hectáreas de árboles. Otro ejemplo de conciencia ambiental es Glastonbury, en Inglaterra, que decidió hacer cambios sustanciales luego de críticas severas de los medios y el público en general. Entre las medidas que se tomaron, destacan la creación de un centro de reciclaje, que ocupa la mitad de desechos, procesados por más de mil 300 voluntarios y persona.
El festival provee tres tipos de contenedores, de alimentos y compostables, botellas y latas, y desechos generales, y se espera que dichas botellas no sean ya necesarias, pues se permite a los asistentes llevar su propia botella de aluminio. Además, este evento dispone de mil 200 baños para composta y tiene un techo cubierto de mil 500 metros cuadrados de paneles solares para generar energía para los espectáculos, suficientes para proveer a 40 hogares anualmente.
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Las cifras sobre la huella de carbono por festivales en el país todavía no son muy claras. Según datos del INEGI una persona genera 1.86 kilos de basura al día, si Karen se multiplicara por las 90 mil personas que acuden a un festival , daría un total de 162 toneladas. De acuerdo con la investigadora Daniela Medina, de la Universidad del Medio Ambiente, un asistente suele desperdiciar en un evento así hasta 71% de lo que consume en un día (1.3 kilos), eso tan sólo en unas horas.
En la Ciudad de México, la Ley de Residuos Sólidos ya prohibió ya las bolsas de plástico. En 2021 entrará en vigor la negativa de la comercialización, distribución y entrega desechables de uso único, como vasos de plástico, por lo que se prevén cambios en eventos masivos.
De momento, eventos sustentables en el mundo, como el festival francés We love green, toman medidas que, aseguran organizadores en México, ya se prevén, como el uso de energía solar y una mejor separación de residuos; además de la parte activa de los asistentes, quienes comparten el auto, llevan botellas y evitan desechables, algo que Karen ya tomará en cuenta.