Vivir el terror en el teatro no es lo mismo que frente a un televisor o una sala de cine. Basta con imaginarse esto: ver a una persona real delante de uno, agitada, intentando resolver un enigma.

“Cuando se respeta la inteligencia del público en el teatro, se sabe que no se le va a asustar con portazos, sino que va a vivir intensamente todos los elementos de una obra”, opina el actor y director Rafael Perrín, quien es conocido como el Maestro del terror junto al productor Antonio Calvo.

Hace más de tres décadas se dio cuenta que no había una obra que se tomara en serio este género, hasta que dio con la pieza de Susan Hill, La dama de negro, en Londres, y decidió traerla a México junto a sus socios Carlos Bracho y Antonio Calvo.

El éxito fue tal que están por cumplir 30 años en temporada y ocho mil representaciones: “El terror tiene su complejidad en vivo”, reconoce Perrín, quien se encuentra trabajando en cuatro montajes esta temporada: La dama de negro, Esquizofrenia, Infierno y El sótano.

“El cine se apoya de muchos recursos como la tecnología, y no digo que sea fácil, pero el público no se compromete igual con la composición de lo que está viendo en pantalla; en el teatro la gente vive intensamente la aventura junto al actor”, destaca.

Calvo, junto a la productora Socorro Valle, trajeron este año 2:22, Una historia paranormal, del dramaturgo Danny Robins. La obra, estrenada el año pasado en Londres, muestra cómo varios amigos sufren sucesos extraños en su nuevo hogar, cuya remodelación parece esconder un secreto.

Antonio coincide con Perrín en lo complejo que es llevar a escena obras de este tipo, lo que incluye elevados costos por los elementos físicos, como un buen diseño sonoro, de iluminación y una escenografía para poner en contexto y ambientar las historias.

“En 2:22 hay casi 200 efectos de audio, es complejo recrear cosas que son de uso cotidiano, aquí parte de los sonidos los escuchan en un monitor de bebé, también se perciben cosas a través de celulares o incluso una Alexa, que dan pistas”, detalla.

“Acá lo que aprendimos es que no puedes escatimar porque un detallito, un efecto especial, todo eso suma para que el público salga queriendo volver a ver la obra, porque sale con el impacto visual, emocional y todo lo que te deja el teatro”, añade.

Hacen pacto con el público

Hacer terror requiere un acuerdo tácito con el espectador, considera Perrín. Si el montaje está mal hecho, se vuelve aburrido e incluso si la interpretación es floja, causa risa en el público.

“El chiste del terror es que todo suceda naturalmente, que todo empiece a pasar sin que se dé cuenta el público, crear una especie de hipnosis colectiva donde la gente empiece a comprarte la idea de la historia”, detalla.

El productor explica que la magia del género germina desde el libreto; la historia debe estar muy bien contada para que su simple lectura provoque miedo. Reitera que un error muy común es que se quiera emular al cine: “Eso nunca va a funcionar porque el público no está viendo una pared, está viendo seres humanos”.

Lidian con lo sobrenatural

Que en estos montajes ocurran cosas inexplicables es algo lógico para Perrín, al estar jugando con el miedo. El director cuenta que el público ha visto varias veces a un niño con una pelota en La dama de negro, y que él se topó con el personaje central de la historia, a la que vio tras el escenario, cuando la actriz que la interpreta estaba donde debía.

También en 2:22 la producción ha vivido cosas inexplicables que atribuyen a la sugestión y al encanto de esta clase de textos.

“Al constructor de la escenografía se le prendía un televisor a las 2:22 de la mañana; le pasó en dos ocasiones y, como no quería una tercera, lo desconectó. Para mí, la historia llamó a los actores que debían estar y el elenco quedó increíble”, considera Calvo.

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