Junto al teatro Metropolitan, en Revillagigedo, una calle paralela a Balderas, se levanta una plaza comercial, hay cajeros, hombres trajeados y autos lujosos salen de su estacionamiento.

A una cuadra está el Teatro Metropólitan, un edificio que parece detenido en el tiempo, amarillento, con las letras que anuncian a la banda que toca este viernes por la noche al interior de esa fachada, de ese cascarón que roba las miradas de los transeúntes.

Se trata de una banda que, como el propio teatro, parece no verse afectada por el paso de los años, y los Hijos del Quinto Patio.

Una banda que ya es historia, y es un documento, por su forma de vestir, con pantalones tumbados, cadenas en los bolsillos, sombreros de ala ancha con plumas de ave, camisetas de tirantes, y zapatos bien boleados con vivos en blanco.

Y parece inamovible al tiempo, por la destreza en el escenario de Rolando Ortega “Roco”, liderando el acto, brincando en un extremo y en el otro, moviendo la cadera sexy, gritando con una voz idéntica a la que tenía en 1985 cuando se fundó la banda, hace 40 años.

Además sus letras, historias, crónicas vencen a los años. “Solin”, por ejemplo, la canción con la que abrieron su concierto este 9 de noviembre, describe un ambiente precario, de vecindades, y un hombre que busca ganarse la vida en una feria.

Hoy, en pleno 2024, basta caminar una calle para encontrar a un personaje de esas características en la Alameda Central de la Ciudad de México. ¿Otro ejemplo? “Gran circo”, que con letra y ritmo describe el tránsito de la capital, los malabaristas en los semáforos, y los vagabundos pidiendo una moneda. Una realidad que no ha cambiado mucho en 40 años.

Foto: @alejandrozeller
Foto: @alejandrozeller

Sin embargo, todo puede permanecer inerte al tiempo, la propia banda debe tomar un respiro, su energía no es inagotable, tocan tres temas acústicos, “La Martiniana”, “Vuelta tras vuelta”, y “Tatuaje”, con todos los miembros sentados en círculo como frente a una fogata, sentados, tomando un respiro, tu aliento grande para continuar la fiesta

Ahí, teniendo muy de cerca a la banda del embutacado del teatro, se ven los intercambios entre los miembros, Pato Dávila (guitarrista) y Roco se ríen, disfrutan, no han dejado de ser, finalmente, dos amigos que se juntaron en la prepa para tocar, y hacer algo diferente.

“Queríamos combinar a The Clash con Pérez Prado”, ha repetido Pato en distintas entrevistas.

Pero en el saxofón particularmente se siente la ausencia de Eulalio, y otros instrumentos navegan sin complicidad. Lamentablemente, todo es finito, pero eso no detiene a Roco de recordar a los que ya no están.

“Estamos hoy con el corazón agradecido de poder celebrar esta noche a nuestros muertos, por eso les pedimos levantar las manos y enviar energía un momentito desde nuestro corazón a todos los que amamos y ya no están más con nosotros”, dice Roco, también aprovechando la tradición del Día de Muertos.

La muerte, y la ausencia no es lo único inevitable, que alcanza a la banda, también su público es otro. Mientras en los videos que se proyectan esta noche en el teatro se ven miles de personas bailando en un slam. Las personas que ven el show desde sus asientos, se limitan a brincar para no dañar el embutacado o la alfombra del lugar tirando algo de cerveza.

Gente fajada, con saco, con traje y con zapatos, otros incluso prefieren seguir sentados, aunque un tumulto de gente bailando en frente no los deje ver el show. Los más entusiastas siguen brincando. Pero la energía se agota en toda una generación que creció con la banda, que hoy los siguen los respaldan pero también cede la estafeta.

¿A quién? A jóvenes, entre 15 y 25 años, que se emocionan y se cautivan por el acto de la Maldita Vecindad, y se introducen a tradiciones mexicanas como el pachuco, el mambo, y la vida intensa del barrio, llena de violencia, carencias y trabajo, con las letras de la agrupación y algunos videos que complementan la narrativa.

Para muchos de ellos el entorno cotidiano quizá ya no es una vecindad sino una plaza comercial, ya no es un taxi cocodrilo sino un Uber, ya no es un teatro, sino una plataforma de streaming. Y sin embargo cuándo escuchan “Pachuco”, se la siguen apropiando, y la cantante a todo pulmón, pues parece que hay algo que no le podrán quitar a La Maldita Vecindad ni aunque pasen otros 40 años, lo desafiantes que fueron en un tiempo donde pocos se atrevieron. Una constante que sigue ocurriendo en nuestros días.

Y así, con “Kumbala” de fondo, las generaciones convergen, los teatros Art Deco resisten a los edificios de cristales que no reflejan la realidad de los ciudadanos, y La Maldita Vecindad mantiene viva su obra una vez más.

rad

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