Venecia.— Más que dirección, Lorenzo Vigas dice que lo que más necesitaba Hatzín Navarrete era amor y seguridad. El director recuerda así cómo fue trabajar con su “no actor” en La caja, cinta mexicana que se presentó en la pasada Mostra.
A tan sólo tres días antes de comenzar el rodaje en Chihuahua, el adolescente de Ciudad Nezahualcóyotl fue elegido entre cientos de castings por las escuelas del país, gracias a un video grabado en su escuela.
“Él hablaba de su padre. De inmediato me enganchó”, recuerda el realizador venezolano, quien desde hace 25 años ha hecho de México su residencia.
Hatzín, quien tenía 13 años cuando se puso en la piel del personaje que lleva su nombre, cuenta que aunque nunca antes se vio como actor, fue Hernán Mendoza quien se convirtió en su amigo y protector, aquel que le dio el empujón.
“Mi función era hacerlo sentir seguro, cómodo. Para darle instrucciones ya estaba Lorenzo”, recordó el histrión que da vida a Mario, personaje con el que Hatzín se encuentra en la búsqueda de su padre y que el pequeño adopta como tal.
Para este papel, Mendoza tuvo que subir 50 kilos.
A Navarrete, la experiencia de hacer una película le abrió un mundo nuevo: “Me encantó, nunca sentí nervios al estar frente a una cámara porque no la veía, no estaba ahí para mí. Y ver el resultado en la sala de cine fue impresionante. Al igual que hacer un viaje tan largo, tan bonito, es algo que nunca había hecho”, compartió el joven.
La cinta es el resultado de una aventura de cuatro años, de la que su director resalta el papel tan fundamental que tiene la ausencia del padre latinoamericano y sus consecuencias, pero también de la búsqueda de la identidad.
“Hatzín cambió completamente. Cuando comenzamos a rodar no podía hablar con nadie, no decía una sola palabra, era todo hermético. Al terminar nos contaba historias, hacía bromas y yo pensaba, ‘¿quién es este chico?’ Le dimos mucho amor y sabíamos que si poníamos una cámara frente a él ocurriría la magia pero necesitó mucha seguridad y cariño”, cuenta Vigas acerca de la transformación del adolescente.
Aunque para Hatzín aún resultan desconocidos nombres de la industria como el de Yalitza Aparicio y tampoco tiene en mente algún director en particular con el que le gustaría trabajar, asegura que le encantaría continuar haciendo filmes.
“Ojalá que llegue la oportunidad”, expresa.
Hernán, por su parte, tiene ya en puerta muchos proyectos diferentes cocinándose pero todos ellos con algo en común.
“Y es que para hacerlos la historia me tiene que enamorar. No me importa si son directores noveles o muy experimentados”.
Con este filme, Vigas volvió a Venecia, lugar que lo vio despegar como cineasta y le dio su máximo trofeo pero con el que también cierra la trilogía dedicada a la figura del padre que comenzó hace casi 20 años.
“Se dio de forma natural el tema”, dice. Pero, ¿qué ocurre con la figura de la madre Lorenzo?
“Ese es precisamente el tema que pienso abordar en mi próximo filme, el de las mujeres latinoamericanas”, adelanta.
“Hatzín al principio de la filmación era otra persona que la del final. Cambió completamente. Cuando comenzamos a rodar no podía hablar”. Lorenzo Vigas. Director.