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Con sólo un chaleco encima que se quitó en poco menos de 30 segundos, Iggy Pop apareció en el escenario Vans del Festival Corona Capital para comenzar a bailar pateando al aire para demostrarle al público cómo debía divertirse.
La gente, que durante todo el último día del festival había estado tranquila, contagiada por la energía de Iggy, se levantó para bailar al ritmo de la guitarra eléctrica.
“Rock power, baby!”, gritó Iggy, lo que provocó que la gente se empezara a empujar en la zona más cercana al escenario.
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A Iggy, de 77 años, no le molestó mostrar su barriga y las arrugas propias de la edad en un acto de auténtico espíritu y energía como cuando interpretó “Raw power”. Y aun cuando caminaba cojeando un poco de su pierna derecha, no se detenía al tratar de bailar. Su energía fue tal que dejó atrás a varias de las presentaciones tranquilas que se vieron durante el festival.
Su actitud contundente, surreal y divertida levantó los ánimos en un público adulto en su mayoría, y la orquesta del rockero: trombones, trompetas y una joven al teclado también cautivaron.
El cantante se acercaba al público: lo señalaba, lo incitaba a rockear, bailaba para sus fans y levantaba los brazos que, aunque a veces se movían con poca precisión, el público los seguía imitándolo.
Su fiesta terminó cuando cantó un tema que le dio la vuelta al mundo en su momento: “The Passenger”, con los fans cantando el coro de la canción repetidamente: “la, la, la, la”, con un Iggy inmutable frente a las más de 30 mil personas que se reunieron para verlo.
Antes de despedirse, Iggy sacó la lengua a sus fans y terminó tirándose al piso cuando las luces del escenario se detuvieron.
Todo fue euforia y entrega. Bastó con ser él mismo, bailar más que muchos artistas jóvenes, tirar el micrófono al piso y metérselo en el trasero, mientras las cámaras trataban de no mostrar su irreverencia.
Emoción por el ex-Beatle
El sello de la libertad que caracterizó al show de Iggy, donde la marihuana y los bailes de todo tipo se hicieron presentes, también permearon en menor medida cuando Nothing But Thieves se encargó, antes de Iggy, de encender al público en el escenario principal con un garage rock agresivo que puso a la audiencia a brincar, empujarse y, en algunos casos, incluso a asfixiarse debido a la intensidad del show.
“Gracias, México”, dijo Conor Mason, el vocalista. Como muchos entre el público, parecía más entusiasmado por compartir el festival con Paul McCartney que por su propia presentación.
“¿Quién está listo para ver al maldito Paul McCartney?”, gritó obteniendo una respuesta eufórica que incluso superó la emoción que generó su propia banda.
Y es que la presencia del ex-Beatle hizo que familias enteras asistieran al festival, algo que no se había visto en los primeros días, dominados por un público de entre 25 y 35 años.
No faltaron los trajes de Sgt. Pepper’s, camisetas con el rostro de McCartney o con imágenes modificadas de Macca como si fuera un santo.
En otro escenario, los jóvenes calentaron el ambiente con los ritmos dance de Crumb, cuyo sonido de bajo y batería ligera acompañó perfectamente a los asistentes.
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A diferencia del sábado, donde predominó una vibra más tranquila, ayer el entusiasmo se extendió por todos los escenarios, con la audiencia completamente entregada al baile y la música.
La asistencia fue notablemente mayor: Crumb, por ejemplo, tocó ante un escenario Vans lleno a las 16:30 horas.
Todo en un último día con la mezcla de generaciones unidas por el deseo de ver a una leyenda viva como el ex-Beatle.