Hubo un día, o mejor dicho, una madrugada, que a Mariah Carey todo se le perdonó.
El 9 de diciembre de 1999, pasadas las 4:00 horas, la cantante arribó al entonces pequeño aeropuerto internacional de Toluca, en un vuelo privado desde Los Ángeles.
Cuatro semanas antes su álbum Rainbow y el sencillo "Heartbreaker" había salido al mercado e inmediatamente y alcanzado el sitio 2 de la lista Billboard.
Era su séptima producción de estudio, pero el interés de México no era eso, sino su apenas florenciente noviazgo con Luis Miguel cuyas fotos habían enloquecido a los medios de comunicación y roto el corazón a las fans del intérprete.
La cita para recibirla había sido a las 2 de la mañana en la disquera Sony para salir hacia la capital mexiquense. Un puñado de personas, seleccionado exhaustivamente, portaba gorras y chamarras esperando una temperatura anunciada de cuatro grados centígrados en el lugar de la cita.
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¿Enojo? Si. ¿Valía la pena? Nadie lo creía. Mariah había estado instantes antes en la entrega de los Billboard Latino , donde fue reconocida como Artista de la Década, y la opinión unánime era que llegaría cansada y sin ánimos de nada.
En aquella época Toluca era el sitio preferido de artistas internacionales para llegar a México. Bajaban del avión en la pista, se subían a la camioneta que los trasladaría a su hotel capitalino y salían por el área de hangares a donde estaba prohibido el paso.
El estacionamiento tenía en el centro un gran cuadrado de pasto en el que un día la prensa que hacia guardia por "El Sol" optó por ponerse a jugar una cascarita con un balón que alguien sacó.
La llegada de madrugada era también sólo ver sombras, pues había poca iluminación y todo se veía pequeño por la distancia desde la carretera.
Cuando aterrizó el avión de Mariah, el termómetro marcaba tres grados, uno menos que el esperado. El aerotransporte siguió hacia un hangar privado, lento. Se detuvo y apagó el motor.
Pasaron cinco minutos y de la Carey nada. Diez. Quince. Nada aún. Se abrió por fin la puerta y de la escalinata bajó un hombre que rápidamente se acercó a los representantes de la disquera.
"Mariah se está maquillando", explicó.
"¿Se durmió?", alguien preguntó.
"No", respondió el enviado, "viene feliz con su reconocimiento".
Cinco minutos después la cantante se dejó ver. Bajó con minivestido verde, gran escote y una chamarra ligera oscura. Era la misma prenda que había mostrado en la ceremonia. Y también, con la misma sonrisa enmarcada por unos labios rojos y brillantes.
"¡Hola, buenos días!", dijo en español a todos.
Los flashes tardaron en verse porque los dedos de los dos fotógrafos seleccionados estaban entumidos. Y Mariah siguió sonriendo. Hasta volvió a posar para que ambos no se preocuparan y siguieran con sus placas.
No hubo preguntas por petición de su mánager y porque horas después ofrecería una conferencia sobre su nuevo disco.
Caminó hacia la camioneta oscura que la esperaba no sin antes decir gracias, también en español. Y sonriendo.
Mariah ha regresado después a México, incluso para apoyar un Teletón. Esa madrugada de 1999 fue su primera vez en plan profesional. A las 4:30 am, nadie estaba ya enojado. Y tampoco con sueño.
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