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Hace varios años, aún antes de Cronos y cuando iniciaba en el mundo del cine, Guillermo del Toro tuvo la idea de hacer cortometrajes de animación con marionetas.
Estos objetos que parecen cobrar vida reflejaron en él, desde un inicio, un componente de fantasía y realidad.
Lo que sí sobrevivió, detalla durante un encuentro con la prensa internacional, fueron las cámaras, que posteriormente prestó a jóvenes cineastas tapatíos que comenzaban a incursionar en la animación.
Muchos de quienes recibieron esa ayuda fueron llamados por el director de La forma del agua y El laberinto del fauno años después para la realización de una parte de "Pinocho", su nueva película, que llega mañana a cines seleccionados y el mes próximo a Netflix.
La cinta es en stop motion, técnica que requiere mover marionetas 24 veces por segundo, para fotografiarlas y, ya juntas, simular movimiento.
A "Pinocho" le llevó más de 10 años en concretarse. Y cuando lo logró, compartió la tarea de dirección con Mark Gustafson (The PJs), con quien dio un acabado oscuro a la historia original de Carlo Collodi, ubicándola en la época del dictador italiano Benito Mussolini, aliado alemán durante la Segunda Guerra Mundial. La historia es una mezcla de crudeza humana y fantasía, un sello que ha caracterizado al mexicano.
“Pinocho es un elemento tan puro que cambia la alquimia de todos a su alrededor, para bien o para mal; irrita a las figuras de autoridad y gana el corazón de su padre cuando éste reconoce su esencia. No es una historia de lo que la gente espera de una película para niños”, adelanta.
“La historia de nuestro Pinocho es sobre la desobediencia, factor primordial para convertirse en humano y de cómo convertirse en humano no significa cambiar uno mismo o a los demás, sino que entre la comprensión. Para mí, el primer paso hacia la conciencia y el alma es la desobediencia”, considera.
Mano mexicana
Cinco minutos del filme fueron animados por manos mexicanas desde el recién creado Taller del Chucho, impulsado y bautizado por Del Toro, que lo llamó así porque la idea es que, quien esté ahí, “trabaje como perro”.
La escena que les correspondió fue la llamada Noche de los conejos negros, en la que el muñeco de madera va comenzando una transformación importante para su vida.
“Era de: ‘ilumina lo negro, ¿cómo se hace eso?’”, recuerda divertida Rita Basulto, responsable de pintar a los personajes.
“Fue entender el claroscuro, el volumen, no había un tono más alto que la nariz (de "Pinocho"), era jugar con eso, los magenta, los cian y se logró”, añade la triunfadora de tres premios Ariel, por trabajos como Zimbo y Lluvia en los ojos.
Sofía Carrillo, ganadora de dos premios de la Academia Mexicana por sus trabajos Prita Noire y Cerulia, tuvo a su cargo el vestuario, donde la observación es que debía verse de cierta manera imperfecto. La rayas de una prenda, por ejemplo, no están derechas precisamente.
“Fue como hacer una marioneta encima de otra: llevar a lo concreto un dibujo, buscar la forma de generar textura con peluche y una serie de necesidades porque se debían ver pliegues cuando se movían los personajes. Era pegar pelito por pelito en los abrigos”, rememora.
Sergio Valdivia, otro de los animadores, detalla que Del Toro les daba referencias mexicanas para sumarlas a lo que necesitaba la trama.
Si una silla se movía, debía ser como las que se encuentran en una fonda, si las expresiones del personaje eran de aburrimiento, les pedía que se imaginaran específicamente una ruta de camiones de la perla tapatía.
“En ese momento sabíamos cómo era la cosa”, subraya.
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