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El príncipe Enrique y Meghan Markle siguen haciendo las cosas a su manera y marcando distancias con las tradiciones de la realeza británica, como demostraron de nuevo este sábado en el bautizo de su primer hijo, Archie Harrison Mountbatten-Windsor.
Los duques de Sussex lo celebraron en el Castillo de Windsor, a las afueras de Londres, en un acto privado al que sólo asistieron familiares y amigos muy cercanos, lejos del foco de los medios de comunicación y de la ciudadanía.
En contraste con los bautizos de los tres hijos de Guillermo y Catalina, el de Archie, el séptimo en la línea de sucesión al trono, estuvo marcado por el ya habitual secretismo de Meghan, muy celosa de su intimidad y, desde ahora, de la de su primogénito.
Tan poca información han aportado los padres, que ni siquiera se conoce el nombre de los padrinos, aunque sí ha trascendido que “son amigos de la pareja”, pero no personajes públicos.
Meghan fue vista el jueves en el torneo de tenis de Wimbledon con dos amigas de la universidad, Genevieve Hillis y Lindsay Roth, mientras que las casas de apuestas también han propuesto a la estilista Jessica Mulroney como una de las posibles madrinas.
Por parte de Enrique, los medios especulan con dos amigos de la infancia como padrinos, los hermanos Thomas y Charlie van Straubenzee.
El bautizo, por tanto, ha sido un evento de bajo perfil para los estándares de la realeza de este país, en el que tampoco ha estado presente la bisabuela de Archie, la reina Isabel II de Inglaterra, quien indicó que tenía otros compromisos que atender.