Emilio "El Indio" Fernández le tenía un amor desbordado al cine, también al brandy y a un morral que siempre llevaba consigo. El cineasta mexicano, creador de joyas cinematográficas como “Flor Silvestre”, “María Candelaria”, “Bugambilia”, “Río escondido” y “Maclovia” , frecuentaba el restaurante de los estudios Churubusco , donde en sus último años de vida renegaba de los cambios en la industria, hacía corajes y echaba maldiciones, pero también esperaba regresar a hacer más cine; el tiempo ya no le alcanzó.
Por la cercanía del “Indio” con las armas y su carácter recio, sus amigos pensaban que seguramente le hubiera gustado morir en una balacera, y no en la cama de su casona ubicada en Coyoacán , lugar en el que reposan sus tesoros y sus recuerdos.
El cineasta, uno de los más prolíficos de México, falleció de un paro cardíaco el 6 de agosto de 1986, ese día planeaba ir a Cuautla de Morelos a relajarse y a pasarla bien con Columba Domínguez , quien fuera su pareja y compañera de aventuras, pero su cuerpo, que se recuperaba de una cirugía tras caer de las escaleras de un balneario en Acapulco, ya no tuvo fuerzas, se quedó vestido de charro en la espera de un último paseo.
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La despedida en la gran casona
Aquella mañana de agosto de 1986, Emilio Fernández amaneció de buen ánimo y sonriente, quería pasar un día de esparcimiento fuera de la Ciudad de México.
“¡Voy a amanecer chingón y nos vamos a Cuautla!”, le dijo a su esposa Columba la noche antes de morir. “Quiero recoger las armas que mandé a arreglar para buscar a los ladrones que se metieron en la casa”, expresó sobre un reciente asalto.
A las 11:30 horas y después de bañarse y ponerse su mejor traje de charro, el cineasta empezó a sentirse mal.
“Ya el domingo por la tarde se había puesto grave, incluso tuvimos que hablar al médico para que lo revisara, sin embargo todo fue una falsa alarma y sus molestias, por un momento, desaparecieron”, expresó Columba en entrevista con EL UNIVERSAL.
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La actriz, protagonista de películas como “Río escondido”, “Maclovia” y “Pueblerina”, relató que los signos vitales de Emilio comenzaron a debilitarse, y su temperatura bajó considerablemente, ella y la enfermera trataron de reanimarlo varias veces pero no sirvió de mucho.
“Le ordené a la enfermera que encendiera el fuego de la chimenea, buscando con ello que el calor de su recámara ayudara a subirle la temperatura, pero todo fue en vano”. En el preciso momento en el que llegaba el médico, Emilio murió. Sobre la mesa quedaron tres botellas de Don Pedro a medio vaciar y una más de brandy totalmente vacía.
La casa había quedado en silencio. Sólo el llanto de Columba rompía la paz de la mansión que 40 años atrás había ordenado construir “El Indio” al arquitecto Manuel Parra. También lee: Emilio "El Indio" Fernández fue a prisión por asesinato
Al fondo del recinto, ubicado en la esquina de las calles Zaragoza y Dulce Olivia, varios objetos que él guardaba con cariño fueron testigos del trágico momento del adiós eterno. Una fotografía en la que aparecía con el expresidente de México, José López Portillo mostraba el preciso momento en el que era condecorado por su brillante trayectoria como cineasta.
“Una de las cosas que más quiso en el mundo fue su casa", recordó Columba. "La empezamos a construir piedra por piedra en 1945 y seis años después nos mudamos. Conforme fue creciendo aprendió a quererla".
Los chocolates era la golosina que más le gustaba, cajas de chocolates amontonadas, garrafas de licor, garrafas de mezcal y varias cajetillas de cigarros despedían cierta aroma de viejo, como decían, olía toda la casa.
La propiedad, edificada en su totalidad con piedra volcánica, fue el escenario de más de 100 películas, en sus paredes lucen obras de Diego Rivera, Miguel Covarrubias y José Clemente Orozco, en sus jardines descansan los restos del arquitecto Manuel Parra y del mismo Emilio Fernández.
“Se acabó ya el amor al cine, lo que abunda son los mercachifles”
Emilio Fernández quería una oportunidad para “revivir” el buen cine mexicano, ese que él había hecho en los cuarenta y cincuenta. Y aunque el México de entonces, el que añoraba el ambiente provinciano, ya había cambiado, “El Indio” insistió, hasta el final de sus días, que ya no se hacía buen cine en México.
“Yo sí sé hacer cine, no como los directores de ahora, quienes sólo buscan hacerse millonarios haciendo porquerías que han acabado con los mercados”, decía.
Emilio Fernández fue quien abrió los ojos del mundo para que vieran el cine mexicano, creó la fotogenia de los paisajes, los árboles, los magueyes, las nubes y los rostros mexicanos. Emilio le dio al cine un sello, una manera propia, una personalidad.
Nació en Mineral del Hondo, Coahuila, el 26 de marzo de 1904, fue extra, actor, guionista y sobre todo realizador de un cine muy personal. Corrió por los salones de baile norteamericano y también por los estudios de Hollywood, desde entonces le vino la idea “hay que hacer cine mexicano”.
Debutó como actor en 1934 en la película “Corazón bandolero” que dirigió Rafael J. Sevilla. Su última película de esta etapa como actor fue nueve años después en “Flor Silvestre”, cuando ya había dirigido su primera película.
Como realizador, su carrera se extiende a lo largo de 36 años, de 1941 a 1977, de “La isla de la pasión”, a “Erótica”. Sus películas tienen un estilo único, distante del cine rutinario de la época; cuando el cine nacional entró a una nueva etapa, éste le quedó chico, y los productores ya no quisieron trabajar con él, pues alegaban que era muy exigente.
“Flor Silvestre”, “Bugambilia”, “Río escondido”, “Maclovia”, “Salón México”, “Pueblerina”, “Víctimas del pecado” y “La Choca” son consideradas de lo mejor de su trabajo.
A Emilio Fernández se le considera un fundador del cine nacional, un defensor de lo que él consideraba “el buen cine”, su estilo claroscuro lo supo aplicar genialmente en sus películas de la mano de Gabriel Figueroa.
“Es criminal lo que han hecho con el cine, ¡no tienen madre!... pero nosotros somos los culpables por permitir que se filmen tantas porquerías. No me explico cómo el gobierno apoya este tipo de mierdas”, declaró en alguna ocasión.
“Cada sexenio se inventan nuevos funcionarios, que de cine saben lo que yo de ingeniería, así cómo quieren que haya un cine como el que yo hice de la nada, sin dinero, ni recursos técnicos, ni apoyos, ni nada de nada, sólo huevos y mucho amor al cine”, expresó en sus últimos años de vida.
Estaba convencido que no es el dinero, ni los avances tecnológicos, lo que hace el buen cine, sino el corazón y la cabeza, “y esto es precisamente lo que les falta a los directores actuales”, afirmaba convencido, pues creía que para hacer buen cine, como ese que se hacía en los años cuarentas y cincuentas, se requería de mucha sensibilidad y mucho coraje”.
Ese último filme que tanto añoraba, se trataba de una nueva versión de "María Candelaria" , protagonizada en 1943 por Dolores del Río y Pedro Armendáriz.
Para muchos, sus mejores años habían pasado, y el México en el que sus producciones triunfaron, ya no era el mismo.
La prensa de la época decía: “Él jamás aceptó esta cruda realidad, y con terquedad inquebrantable seguía dándole vueltas a los guiones que lo hicieron célebre junto con el otro gran desaparecido, don Mauricio Magdaleno”.
Lo cierto es que con el camarógrafo Gabriel Figueroa, integró una pareja que mostró los bellos paisajes mexicanos que despertaron el interés del mundo.
Cárcel, suicidio y soledad
En 1978, después de una riña en Torreón, disparó como en las películas una pistola de verdad contra un joven campesino y lo mató. Se convirtió en un criminal perseguido y encarcelado por la justicia.
El 30 de agosto de ese año perdió su batalla judicial y fue condenado a cuatro años de prisión. Dos años después sería indultado por un gobernador en reconocimiento a su labor artística.
Al “Indio”, se le murió Jacaranda, la hija que tuvo con Columba Domínguez, suceso que fue calificado por algunos como un suicidio, por otros como un accidente e incluso, para Columba, como un asesinato.
El 21 de noviembre de 1978, Jacaranda, de 25 años, organizó una fiesta en su departamento ubicado en la colonia Cuauhtémoc, según testigos, la joven cayó del balcón ubicado en el tercer piso y murió de manera instantánea.
En la que fue su habitación, dentro de la casona de Coyoacán, se lee en una de las paredes: “Papá te quiero mucho”.
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Aunado a la pena por la pérdida de su hija, la gran tristeza del creador fue no haber podido regresar al cine.
Los críticos de la época apuntaban que “El Indio” vivió sus últimos años aferrado a su época de gloria, sin querer aceptar que todo había cambiado, la sociedad había cambiado. Las notas sobre cómo se recluía en su magistral casa eran frecuentes, como aquella que se publicó en EL UNIVERSAL en 1986:
“Por eso su casa es, (lo era ya desde hace 30 años) un museo impregnado de polvo y de recuerdos, de soledad imposible de soportar por cualquier mortal común. Atinaba llegar a su claustro en un estado de relajante embriaguez, capaz de hacerle olvidar tantos recuerdos y, sobre todo, tanta frustración cotidiana”.
En su último viaje a Estados Unidos, donde recibió un homenaje en un pueblo de Nevada, le regalaron en Los Ángeles un perro bull terrier que lo acompañó fielmente hasta el final de sus días.
En sus último años asistía a los homenajes con sombrero vaquero, botas de cowboy y paliacate rojo al cuello, para arremeter contra las autoridades cinematográficas de su país y contra los realizadores de un cine nuevo que no le gustaba.
Meses antes de fallecer, en el balneario de Acapulco, cuando se dedicaba a escribir el guión de una nueva película, tropezó en unas escaleras y sufrió una caída, se fracturó la cadera y una clavícula. Fue sometido a sucesivas y dolorosas intervenciones quirúrgicas, tuvo una lenta agonía que culminó en agosto de 1986, cuando quería escaparse a Cuautla pero ya no pudo.
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