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El homenaje que Héctor Bonilla recibió el miércoles en el Teatro Julio Castillo, fue antisolemne, divertido y lleno de anécdotas, tal y como es él, según compartieron su familia y amigos que lo acompañaron para celebrar su vida.
“Qué bueno que le hagan un homenaje a un actor cuando está vivo, por eso qué bueno que te estemos festejando hoy, así que hazme el favor 10 años más para que vengas a mi festejo, porque tú sabes que después de los 80 es cuando nos empiezan hacer los homenajes, no por talento sino por aguante”, dijo Susana Alexander al hablar de su amigo desde los años 70.
Julieta Egurrola recordó que Susana y Héctor le pusieron el sobre nombre de Piraña; Pato Castillo le cantó y le prometió hacer un viaje con él, Damián Alcazar compartió que lo animó en sus primeros trabajos como actor y Mario Iván Martínez destacó su calidad como actor, pero también como tío amoroso.
Su hijo Fernando Bonilla compartió una de las anécdotas más hilarantes, cuando en los 70 su padre hizo un comercial de una famosa marca de panadería.
“Él cuenta que una noche, después de una función de El diluvio que viene, una etapa donde era muy famoso, salió del Teatro San Rafael sintiéndose bordado por los dioses, se encontró a un tipo en una bicicleta que le gritó: ‘ese mi pin... mantecadas’; lo mandó al carajo pero lo aterrizó en la tierra”.
Al terminar esta parte, Héctor Bonilla recibió de manos de la doctora Lucina Jiménez, directora del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), un reconocimiento por su aportación al desarrollo de las artes en México.
Finalmente leyó una carta que escribió en 2004.
“Les dejo mis aciertos y fracasos, dudas, mi miedo cuando sólo finto, mi terco afán de no bajar los brazos. ¿Y el epitafio qué? Estarán pensando, por favor, no una frase almibarada, ‘se acabó la función no estén chingando, el que me vio me vio, no queda nada más”, culminó Héctor Bonilla.