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Hollywood.— El tráfico de este lugar en California ya comienza a ser desquiciante; las calles se han cerrado para la 96ª entrega de los Premios de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, que hoy, de entre 321 producciones, reconocerán lo que consideran lo mejor de la cinematografía en 23 categorías.
Pero ni los autos apretujados por el cierre de caminos en torno al Dolby Theatre, ni el sonido de sus cláxones, y menos el calor de 25 grados, impiden que decenas de curiosos se turnen para mirar parte de la larga alfombra roja que se ha colocado en la calle frontal de este lugar y en sus escalinatas.
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Ciertamente no hay glamour aquí. Para poder tomarse una selfie justo en la esquina de Hollywood Boulevard, los turistas deben hacer acrobacias y librar las grandes lonas con las que han encapsulado todo el sitio en el que trabajan decenas de personas sin importar la hora.
También hay que estar bien con Dios, al menos eso dice una hombre en situación de calle que acosa a los curiosos con el castigo divino.
Nada de eso tan real importa, todos quieren un poquito de ese glamour de las películas; llevarse un recuerdo por cinco dólares y, si pudieran, cortar un poco de la alfombra que pisarán en unas horas los 3 mil 300 invitados, incluidos famosos como Ryan Gosling o Cillian Murphy.
Esto último parece broma, pero no lo es. Gregg Donovan muestra a EL UNIVERSAL un pedazo de alfombra que guarda en una bolsa de plástico; asegura que la tomó de una de las 22 veces que los Premios Oscar se han realizado aquí.
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Él es conocido como el Embajador de Hollywood; hasta 2011, el hombre vestido de rojo y sombrero negro trabajó saludando a los clientes del Rodeo Drive, una zona de venta exclusiva que en su momento había vivido una crisis llamada el “síndrome Mujer Bonita”, en el que los compradores dejaron de entrar a las tiendas por miedo a sufrir discriminación, como sucede en la película de 1990.
Donovan entonces fue contratado por la Junta de Turismo y Conferencias de Beverly Hills, pero por problemas financieros en los 2000, su puesto desapareció.
Eso no ha impedido que ame Hollywood: “Me piden autógrafos, fotos, me entrevistan y he podido conocer a muchas celebridades”, dice el hombre de 64 años.
Mientras habla de sus apuestas al Oscar (cree que ganará Oppenheimer y que Lily Gladstone redimirá lo que alguna vez pidiÓ Marlon Brandon respecto a valorar a los nativos estadounidenses) un policía lo interrumpe y le pide dejar el lugar: “Yo dono mi tiempo y lo promociono todo, trato de recuperar el glamour. Todo esto solía ser glamoroso por aquí, antes Hollywood hacía que todo pareciera Beverly Hills. Cuando Will Smith abofeteó a Rock, para mí ese fue el final. No es lo mismo, ojalá regrese”, lamenta rumbo a la calle.