Le llamaron megavirus porque fue mutando más rápido que las vacunas creadas para combatirlo.
Fue el colapso. Desesperada, la gente comenzó a ponerse cualquier inyección que saliera de un laboratorio, sin esperar la comprobación científica de su eficacia. El resultado fue un efecto secundario que atacó a ocho de cada 10 personas inoculadas, lo que las alejó de su humanidad.
Así, desde la óptica de Isaac Ezban, el fin del mundo se acerca y lo mostrará en la pantalla grande con una versión cruda y otra más “light”.
"Párvulos, hijos del apocalipsis", que estrena este jueves en cines, se sitúa en un futuro distópico en el que tres hermanos, un adolescente sin una pierna y dos pequeños, intentan sobrevivir al apocalipsis mientras tratan de recuperar a sus padres.
“Todo mundo se clava con lo del virus y se entiende porque es la manera en que la gente conecta, pero la historia es un coming of age, de madurar. El género sirve para reflexionar sobre lo humano y ahora toca ver la importancia de mantener unida a la familia”, comenta Ezban.
Los nóveles Mateo Ortega, de 10 años; Leonardo Cervantes, de 13, y Félix Farid, de 19, interpretan a los personajes centrales que prácticamente tienen nula interacción con otras personas “normales”.
En las primeras escenas aparecen cazando perros para comer y pasando por lugares donde hay infectados colgados.
Carla Adell, como una guerrera a la que encuentran en el camino, y Noé Hernández, en el papel de un sobreviviente que decide quién vive o muere de acuerdo a su escala de valores, también actúan.
“Siempre he estado obsesionada con el tema de zombis, aunque aquí no son tal cual, pero es divertido pelear contra ellos; el personaje diría que es alguien estratégico, muy mental”, explica Carla.
“Yo digo que mi personaje es como un cura apocalíptico, porque tiene el poder de elegir quién de los vacunados vive, algo cuestionable”, comenta Noé.
Párvulos, hijos del apocalipsis, filmada el año pasado en locaciones del Estado de México, no fue concebida durante la pandemia de Covid-19 que aquejó al mundo en 2020, sino desde cuatro años antes. Su realización, explica el director, tardó en cuajar porque deseaba tener todo listo económicamente para no comprometer su visión.
“Cuando fue lo del Covid íbamos a filmar ese año, pero 2020 tuvo sus propios planes y había incertidumbre, entonces un poco decidí descargar esa frustración en el guion. Si quería hacer una película del fin del mundo, entonces tenía que meter eso (la pandemia) en la historia, como un guiño”.
Para contar la historia, el creativo tomó la decisión de un look de colores desaturados principalmente. Eso permite jugar visualmente con dos escenarios: el pasado, reflejado en la cabaña que habitan los protagonistas, lleno de colores y el exterior, del que podría decirse es deslavado.
“Estamos hablando de un futuro triste, sin esperanza, pero otro, un mundo lleno de color, diciendo que la esperanza está en el pasado. Y eso pasa siempre, pensamos que lo de atrás siempre es mejor”.
En la historia, los sonidos guturales que hacen los infectados fueron hechos por los mismos actores que los interpretan, sobreponiendo sus voces y y cambiándolas de velocidad.
“Como la de los infectados es una actuación física, que a veces tienen que caminar en cuatro patas, no sonaban a lo que queríamos. En una película de terror a veces el sonido es más importante que la imagen y lo que se deseaba es que las criaturas sonaran como algo humano”, detalla.
Maligno Gorehouse y Red Elephant Films producen el filme, en colaboración con Corazón Films. Llega a salas con media docena de premios ganados en festivales como el Darks Nights de Australia; el Sinistro Fest Brazil y Fantasmagoria Medellín, tras su estreno mundial en el Fantasía de Canadá.
Será la primera película mexicana en estar disponible en dos versiones para el público: con censura, para ser clasificación B-15 , y otra con más sangre y vísceras en pantalla, que le da la categoría restrictiva C, para mayores de 18 años.