Sharjah, Emiratos Árabes Unidos.— En todo el mundo, incluidos Latinoamérica y , los niños se sientan en las salas para ver su película favorita de y dejarse llevar por historias que parecen diseñadas sólo para ellos, que los invitan a convertirse en princesas o héroes.

En los territorios palestinos sucede lo mismo, especialmente en Cisjordania, donde no sólo hay pequeños que se preguntan cuándo lograrán ser como sus personajes, sino que incluso cuestionan detalles específicos, como qué sentido tiene ver una historia ambientada, por ejemplo, en la nieve.

“No entiendo la nieve. Aquí ni tenemos nieve”, le dijo un niño al cineasta y productor palestino Hanna Atallah, fundador de FilmLab: Palestine, durante una proyección en Ramala, una de las ciudades más importantes de Cisjordania.

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Proyecciones de FilmLab se llevaron a cabo en refugios y campamentos temporales. FOTOS: SIFF Y JESÚS DÍAZ. EL UNIVERSAL
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“Eso me hizo pensar: ¿qué tanto nos representan las historias que estamos contando? No se trata sólo de entretenimiento, sino de crear un vínculo cultural y emocional con los niños, mostrar un contenido que refleje sus experiencias, sus entornos y sus desafíos”, reflexiona.

El problema se agravó al proyectar filmes en territorios palestinos bajo el asedio, como en Gaza, donde hay niños marcados por los más de 40 mil muertos en el conflicto.

En junio, FilmLab: Palestine, la asociación creada por Atallah hace 10 años, decidió proyectar animaciones extranjeras y árabes en tres territorios ubicados en la Franja de Gaza —Al-Mawasi, Al-Qarara y Deir al-Balah—, utilizados como refugio o campamentos temporales.

No fue, para nada, una experiencia elaborada de sonido y efectos sorprendentes, sino una proyección en una manta improvisada a la intemperie, con una laptop.

Pero ahí, el equipo de Hanna advirtió algo: “Los niños en Gaza, como los niños de todo el mundo, merecen creer que pueden tener una vida normal”. Y esto es un sueño imposible, además, con historias que no les resuenen profundamente.

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“Disney y otras grandes compañías no sólo son sus historias, buscan el consumo en torno a sus personajes. Eso hace que todos se conecte y se consuma. Nuestros niños terminan buscando personajes e historias que no reflejan su entorno, y esto crea un problema de identidad”, reflexiona el realizador.

Cine con identidad

Desde hace 10 años, FilmLab: Palestine ha asumido el reto de ensalzar historias en las que los pequeños se vean representados.

Han lanzado iniciativas como Sunbird stories, que selecciona y capacita a creadores de entre ocho y 14 años. O el festival Palestine cinema days, que proyecta películas para infantes que además suelen ser jurados y críticos.

“Muchos ni se preguntan qué necesitan ver los niños. En casi ningún lado tenemos historias propias y debemos crear ese contenido que conecte”, dice el realizador desde Emiratos Árabes, adonde acude como parte del Sharjah Film Festival for Youth and Children, uno de los más importantes en el mundo.

“Debemos pensar que los niños de hoy en día, en Palestina y en otras partes del mundo, están atravesando experiencias muy difíciles que pueden contar, pero hay que cultivarles su voz propia; así como nosotros aprendimos a leer y a escribir, crear un lenguaje cinematográfico”, ahonda.

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Algunos ejemplos han sido los cortos hechos por niños palestinos, como Who are you?, sobre uno que lidia con el acoso de sus compañeros de clase y la enfermedad de su abuelo, y Offside, sobre Yara, una niña que sueña con jugar futbol contra la oposición de su sociedad.

Hasta la fecha, FilmLab: Palestine ha apoyado más de 60 proyectos así, algunos reconocidos en festivales del orbe. En la edición más reciente de su festival, recibieron más de 60 filmes; 22 para competir.

“Nosotros no hacemos esto por fama o caminar en alfombras rojas; ese no es el principal incentivo. La motivación es contar historias desde un punto de vista casi filosófico”, remarca su fundador.

El desafío para el cine palestino es enorme: con una industria apenas desarrollada y apoyos que provienen principalmente del extranjero, la continuidad y sostenibilidad de muchos proyectos es precaria.

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Pese a ello, Hanna destaca la “democracia creativa” del trabajo colectivo y las nuevas tecnologías.

“Somos afortunados. Con un móvil podemos hacer cine. No se necesitan cámaras costosas. Simplemente nuestros chicos agarran un teléfono y comienzan a grabar. Nuestro objetivo es buscar la forma de que otros lo vean”.

Atallah invita a que los realizadores de todo el mundo, incluidos México y Latinoamérica, se cuestionen: ¿Están contando historias desde sus realidades? ¿O simplemente replican el modelo de Hollywood? ¿Las hacen con niños o para los niños? ¿Les están diciendo cómo afrontar su entorno?

“Nos hacen creer que podemos ser como Barbie o Superman, pero seamos sinceros: eso es caminar en la oscuridad. Todos debemos preguntarnos: ¿cómo hacer mejores historias? Esos niños tomarán las decisiones del futuro”, enfatiza.

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