Más Información
Hace casi una década, dos policías tocaron a la puerta del taller de Roberto Ortiz, tras haber sido alertados de que entre los desechos entregados al basurero se encontraba la pierna cercenada de una persona, aún con la sangre a la vista.
La movilización en una calle de la colonia Condesa de la Ciudad de México ya era visible. Hasta un vehículo forense se encontraba en el lugar, con sus tripulantes listos para entrar en acción.
“¿Verdad que usted hace eso?”, le preguntó el basurero, custodiado por los elementos policiacos que pidieron entrar al lugar. Roberto les dio el paso y, tras una buena revisión, todo se aclaró: la pierna y otras cosas halladas eran parte de las creaciones que el especialista en maquillaje había hecho para películas y series mexicanas, donde el terror y la sangre son el hilo conductor.
Lee también: Resurge "La hora" que marcó a una generación
“El señor ya estaba muy acostumbrado a sacar del taller cuanto bicho se imaginen”, cuenta Ortiz divertido. El técnico puede presumir que en más de 20 años de carrera ha hecho cosas como el niño fantasma en Kilómetro 31, los bebés nacientes en las cintas ROMA y Bardo, cuerpos destrozados en 5 de mayo, la batalla y un ente infernal en Mal de ojo, entre otros.
Dos décadas trabajando entre “sangre” le han enseñado que, para asustar, a veces menos es más, pero también que con su trabajo se puede hacer magia y cualquier material puede convertirse en, por ejemplo, órganos humanos.
“Un alambre de bolsa de pan Bimbo puede ser una víscera o el mismo pan aplastado, con un poquito de maquillaje líquido, puede ser un buen intestino. A veces nos han pedido quemados (como en la serie Paramédicos) y con un poco de sangre artificial espesa y algo de carbón sobre la piel quedan muy realistas”, explica.
“En esto hay que saber de anatomía, de escultura, hasta de arquitectura, ver fotografías. Si alguien me pide un ahogado, por ejemplo, yo pregunto de cuántos días porque la piel y el color del cuerpo cambian”.
Ortiz, quien también “degolló” a Ernesto Yáñez en Pastorela, descarnó a Gerardo Taracena en Diablero y “mató” de un susto a Ximena Romo en un proyecto que al final nunca se rodó, ahora mismo tiene un trabajo en pantalla: su momia bebé puede verse en la serie Pinches Momias, de ViX. Y aunque mucho de lo que ha aprendido fue como autodidacta, considera que uno siempre tiene maestros.
“Uno fue un maestro de ciencia forense que era asesor de unos amigos y me dijeron que si quería ver autopsias y dije que obvio. Ya entonces hacía mis máscaras y les daba como inquietud que yo viera cadáveres y de pronto llegaba yo con algo en plastilina”.
Lee también: ¿Qué ver?: Cinco historias de zombis para ver este Halloween
Del taller a la pantalla
En una era donde cada vez es mayor el uso de efectos digitales en la pantalla, el especialista defiende la parte artesanal de su trabajo, aunque explica que ambos pueden convivir: “Es un error irse completamente con ello (el maquillaje digital), se ve feo”, señala Ortiz.
“Lo análogo puede verse muy bien con él. Para mí lo mejor es hacer algo artesanal y luego con efectos, rescatar brillos, cosas sutiles y se ven increíbles, como ocurrió con Kilómetro 31”, detalla.
Con más de 50 títulos en su currículum, entre películas y series —de acuerdo con el sitio IMDb—, Roberto explica que también hay momentos de tensión que se han vivido en los sets.
“Cuando hicimos Bardo (de Alejandro González Iñárritu) estábamos en pandemia y tuvimos muchos problemas para encontrar los materiales. Todo estaba detenido en la aduana y, cuando llegaron, eran de mala calidad”, recuerda.
“Obviamente Alejandro se molestó, pero al final entendió que no era algo que estuviera en nuestras manos. El cordón umbilical de las primeras escenas, que se ve fácil, llevó entre 30 y 40 pruebas”.
Y aunque a los actores les puede dar miedo cuando en alguna producción les toca verse “muertos”, explica que cuando ven el resultado, quedan contentos.
“Algunos piden el molde de su cara (yeso), que es de donde partimos para los prostéticos y cuando hay chance, se los damos. Ahí pueden verse más jóvenes y, quitando la parte mórbida, es como tener un retrato”.