Para la comunidad indígena Tohono O’otham el desierto entre México y Estados Unidos ha sido su casa por siglos, así que cuando Donald Trump informó la construcción de un muro en la frontera, prácticamente se puso en pie de guerra y su gente dijo que el concreto jamás la detendría para caminar por ambos territorios.
El cineasta Juan Manuel Sepúlveda se enteró de su existencia, así que viajó primero a la parte estadounidense, donde se dio cuenta que nadie podía pasar a su reservación y entonces fue a la mexicana, que le dijo que la pared les haría “lo que el viento a Juárez”.
“Me encontré a la familia Velasco y dijeron que ellos seguirían pasando para ver sus familiares del otro lado y luego regresarse. Ese ha sido siempre lo que hacen, es su desierto”, cuenta el realizador.
Sepúlveda, director de La frontera infinita y La balada del Oppenheimer Park, siempre ha mostrado interés en la migración, así que se dio cuenta que los de Tohono eran nómadas de siglos.
Pero por esa franja también llegan muchos migrantes centroamericanos y mexicanos, estos últimos buscando mejoras económicas y huyendo de la violencia, que calificó como los nómadas jóvenes.
De ese juego retratado salió La sombra del desierto, documental que recorrió comercialmente la capital mexicana, así como salas de Jalisco, Nuevo León, Tijuana, Mérida y Puebla.
“Se plantea como una celebración del nomadismo a través del desierto: por un lado los pueblos antiguos que poco a poco han entrado en una diáspora, su lengua está en riesgo de desaparecer y, por otro, estos nuevos nómadas en busca de mejores condiciones de vida”, señala.
“Finalmente está la condición de movimiento que se da en ambas esferas, la comunidad ya con poca población y los nuevos que ni siquiera son caravanas”, agrega.
“El documental se desplazó de una idea de resistencia a algo, a la celebración de la vida diaria. En el desierto los niños juegan, se divierten, lo conocen, es su vida”, concluye el realizador.