“Ves cómo se desploma el cuerpo hacia un lado, lo levantan y como si fuera un trofeo”, dice en voz en off un niño recordando lo que ha sido el sicariato para él.
“Yo les llevaba las armas, ellos me llevaban oro y plata. Y pues la policía también se presta para eso”, se oye a una voz femenina en otro momento.
“Por dinero sí lo haces”, precisa un tono adolescente poco después.
Las tres voces son reunidas por el cineasta Everardo González en el documental "Una jauría llamada Ernesto", donde se explora la participación de infantes como cuerpos armados de la mafia, relatado directamente por ellos mismos.
Hace dos décadas, el realizador encontró el libro La virgen de los sicarios, del colombiano Fernando Vallejo, con la portada con la imagen de un niño de 12 años sosteniendo una escuadra nueve milímetros; desde entonces, quiso hacer algo alusivo.
Pasaron varios años para concretarlo en su película, que compite en el Festival Internacional de Cine en Guadalajara (FICG), confeccionada con testimonios de víctimas y victimarios que, casi niños, tuvieron acceso a un arma, la usaron para matar y pronto se convirtieron en piezas del crimen organizado.
“Muchos muchachos son parte de las fuerzas armadas de los cárteles, estuve trabajando con gente que trabajaba para los zetas en San Luis y Nuevo León y gente que trabaja para la Unión de Tepito, en Ciudad de México, pero pues no puedes mover un dedo sin la aprobación de los jefes, un proyecto no se puede llevar así sin la aprobación de ellos. México tiene una autoridad paralela”, cuenta.
Las cifras arrojan que en los últimos 15 años, más de 300 mil personas han sido asesinadas en México. De esos casos, 30 mil fueron perpetrados por menores de 18 años. Es decir, uno de cada 10 de ellos.
“Lo que quería era hacer un coro de voces con un personaje ficticio llamado Ernesto, de experiencias de sicarios que no contaran la parte hipersanguinaria o desalmada. Incluso dicen que algo dentro de ellos no quería, porque sabían que desatarían algo peor, pero cuando uno jala el gatillo despierta la venganza de otro lado y así comienza todo”, expresa.
Una jauría llamada Ernesto es producido por el mismo director de Los ladrones viejos y La libertad del diablo, junto con Animal de Luz Films, N+Docs y Films Boutique. La investigación corrió a cargo del realizador, Oscar Balderas y Daniela Rea.
Aunque estuvo en zonas peligrosas, el director egresado del Centro de Capacitación Cinematográfica (CCC) destaca el encuentro con un grupo de estos chicos, quienes le terminaron pidiendo clases de cine.
“Unos muchachos nos rodearon y dijeron que los habían mandado para ver qué es lo que estábamos haciendo —recuerda—, la conversación terminó con ellos pidiéndome un taller de cine porque querían contar su historia”.
Con la conversación, dice, se logró crear conciencia del asunto, sobre todo entre los miembros mayores de los grupos.
“Ellos incluso tienen ganas de decirle a los más jóvenes que nunca van a ser como se ven en las series. No todos son El Chapo o llegarán ser el Jefe de jefes, porque adentro ya hay una como estructura empresarial”, detalla.
Everardo asegura no estar preocupado por su seguridad. Al menos no más que cualquier otro mexicano.
Hace casi dos décadas contó por año y medio con un escolta, tras amenazas de la familia política de uno de los que apareció en el documental Los ladrones viejos y tiempo después, con La libertad del diablo, algo llegó por parte de la Secretaría de la Defensa Nacional.
“Ahora pienso que no hay argumentos porque todo está construido a partir de anónimos, no significa que uno no esté vulnerable, pero me he dado cuenta de que no son sociópatas que lastimen por el placer sólo de lastimar, (aunque) sí los hay, por supuesto”, señala Everardo.
Explica que esto lo entendió luego de hablar con un mafioso que perteneció a la federal, y que hablaba de la diferencia en el ejercicio de violencia.
“La mafia no calienta las cosas por gusto, la policía sí, es muy carroñera, las instituciones están más agresivas. La mafia es una empresa, tiene jefes y mandos que dominan poderes, por eso hay que tenerle mucho miedo a la policía”.