Con el simple hecho de ir al supermercado y comprar carne, señala el cineasta Juan Diego Escobar, ya se está contribuyendo en el sufrimiento de algo.
“Todos somos malos en cierta medida, el ego es también algo que nos daña y perjudica”, reflexiona el colombiano.
“No creo en la idea de Dios como el cristianismo o catolicismo, pero tengo fe, en un Dios que está en la naturaleza, pero en esa misma naturaleza vive también el diablo”, agrega.
Con esa idea comenzó a escribir Luz, la flor del mal, que estrena en cines mexicanos el próximo jueves, ubicándose en una comunidad en las montañas, liderada por un predicador, cuya rutina se ve modificada con la llegada de un “nuevo mesías”.
Las hijas del predicador se cuestionan precisamente qué es malo y bueno en la vida.
“Toda la vida la religión me ha atormentado y con esta película quería que el espectador entrara también en ese viaje de cuestionarse el bien y el mal”, señala Escobar.
Luz, la flor del mal estrenó mundialmente en Sitges, festival de cine de género y obtuvo el premio a Mejor Película en Mórbido Film Fest y en el Buenos Aires Rojo Sangre 2019.
“No tuvimos contacto con la civilización sino hasta 23 días después del rodaje, no había celulares ni nada, con eso cada uno pudo interiorizar en su personaje y hacerse preguntas”, recuerda la actriz Yuri Vargas.
“Y la producción nos colocó en unas cabañas que estaban con baños a 100 metros y salir para allá en la noche era lo peor, así que empezamos a meter baldes para orinar”, agrega divertida Andrea Esquivel, sobre la travesía de rodar lejos de todo.
Al final, convivir con uno mismo, destaca el actor Jim Muñoz, siempre es complicado. “Viviendo en las espesuras de la montaña, haciéndonos preguntas tan trascedentales para los personajes, de para qué estamos en este mundo, hizo que a los tres días le dijera a Diego (el director), que yo estaba loco”.
Luz, la flor del mal establece que en un carnero está el demonio, y para Sharon Guzmán, parte del elenco, fue complicado.
“Mi personaje era volver a la inocencia y de verdad pensaba que algo había en ese animalito”, cuenta la actriz.
El único que pareció gozar la soledad y la naturaleza fue Conrado Osorio, cuya vacaciones infantiles las pasaba en el campo, de donde era su familia.
“Ese aislamiento fue maravilloso, pero los momentos de muerte fueron algo que quedaba cargado, seguía porque interiormente era como pedir perdón por lo que mi personaje acababa de hacer”, apunta.