Sin leer inicialmente el guión, como es tradicional, pero apoyado en largas charlas sostenidas con Alfonso Cuarón, donde escarbaban en los recuerdos de ambos, el diseñador de producción, Eugenio Caballero, comenzó hace tres años el camino para ROMA.
“Ellos vivían en la calle de Quintana Roo, a dos o tres calles de donde creció Alfonso. Hay 10 años de diferencia entre nosotros (Cuarón y él), así que seguramente iba con la novia y yo con mis abuelos a babosear”, dice divertido Caballero.
La recreación de escenarios, como las calles de Neza y el Teatro Metropólitan, sí contó con la investigación histórica respectiva, dice, pero en esas pláticas y búsqueda de locaciones, se dejaba a algo más.
“Hablábamos no necesariamente de cómo se veía una calle sino de cuáles eran los sonidos o cómo olía o de lo que ya no estaba porque se había caído con el temblor (septiembre de 1985).
“Eran largas horas de búsqueda de locaciones, íbamos, veíamos y de pronto Alfonso decía: ‘¡mira, ese es el mosaico que había en mi casa!’ Y yo decía: ‘¡este balcón me recuerda a tal cosa! ¡Mira las plantas!’ Era siempre estar abiertos en los sentidos y ver lo que daba la ciudad”, recuerda.
Para la casa de Cuarón se utilizó una que estaba por demolerse en la colonia Narvarte. Y un viejo edificio del Centro Médico sirvió para recrear el hospital que se ve en la parte final de la cinta. Una parte del proceso se dejó a lo digital.