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Lady Macbeth (2016), sorprendente y brillante debut en la dirección de William Oldroyd, parece una segunda versión de la vieja cinta Obsesión cruel (1962, Andrzej Wajda). No lo es, aunque se base en la misma novela del casi olvidado escritor ruso Nikolai Leskov (1831-1895), Lady Macbeth de Mtsensk, publicada en 1865, que inspirara la ópera homónima de Dmitri Shostakovich estrenada en 1934.
Oldroyd explora el deseo y la pasión, pero también los rituales clasistas que marcaron a la Inglaterra rural del siglo XIX; reinventa un género, que perfeccionó el novelista D. H. Lawrence, con la historia de Katherine (Florence Pugh, en impresionante estelar) obligada a un matrimonio sin amor con el cruel Alexander (Paul Hilton).
Sólo que ella inicia una relación con el mozo de cuadra Sebastian (Cosmo Jarvis). El notable guión de Alice Birch relee con intensidad y contención esta historia sensual y criminal, donde destaca una simetría narrativa y visual (inteligente e inspirada foto de Ari Wegner).
Oldroyd crea un coctel molotov de sensaciones, secretos y violencia, que toma mucho de Shakespeare y Flaubert. Pero no recurre a truculencias ni efectos de ningún tipo. Sabe que lo más letal son las miradas y la dureza de las palabras en mundo donde la incomodidad y el desconcierto son cotidianos. Este filme es toda una revelación.
Puede decirse que actualmente el personaje de Lara Croft es una reliquia. Creada en 1996 como heroína de video juego ideado por el inglés Toby Gard de la empresa Core Design, iba a ser la versión femenina de Indiana Jones. La mala idea evolucionó a un personaje adicto al deporte extremo, la arqueología fantástica y la ropa ajustada, siempre a punto de perderla en diversas peripecias.
Considerada la fantasía adolescente masculina más delirante de los videojuegos, tuvo éxito al encarnar con los rasgos y la personalidad de Angelina Jolie para Lara Croft: Tomb Raider (2001, Simon West) & Lara Croft Tomb Raider: la cuna de la vida (2003, Jan de Bont). Díptico fílmico demasiado estridente que establecía la ahora saqueada estructura visual Donkey Kong, en referencia al primitivo juego tipo Arcade, que sublimaba a King Kong, donde cada nivel los subía el personaje saltando y esquivando obstáculos, cumpliendo tareas hasta encontrar a Pauline, su máxima recompensa. Lara remplazaba a Donkey, aunque con otro fin, como encontrar vestigios míticos que obtenía luchando contra enemigos, la naturaleza e infinidad de obstáculos. Ahora, las mismas tareas las hace una nueva Lara (Alicia Vikander), de espigada figura, en Tomb Raider: las aventuras de Lara Croft (2018), quinto filme del noruego Roar Uthaug.
Igual que la versión 2001, Lara tiene un pendiente con su padre Lord Richard Croft (Dominic West) y está obligada, como Donkey Kong versión 2, a saltar niveles en movimiento, uno tras otro. Así, sus aventuras las vive al extremo y sin pausa. Pero a diferencia de su antecesora, la Lara actual aparentemente es más frágil y está “aprendiendo” (como si estuviera en el nivel uno del juego; el capítulo inicial de la “nueva” franquicia).
La cinta es rutinaria, sin emoción, pocas sorpresas y con subtrama que no levanta a pesar de su espectacular acción inhumana. Los sucesos rocambolescos, exagerados, logran un resultado inferior a versiones previas: hace 15 años idénticos recursos usados por Lara funcionaron. Ahora se notan pasados de moda, como el personaje y su inverosímil aventura. Sólo para fanáticos del videojuego original.