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Actualmente las cintas con súper héroes, basadas en cómics, entran a su tercera etapa: la de implosión.
Tras una primera de fundación y la subsecuente de expansión, los universos Marvel & DC, que rigen este tipo de cine, están contaminándose al insistir en el mismo esquema apocalíptico, con villanos imposibles de abatir (hasta los minutos finales, igual que en los seriales silentes de los 1910: un siglo después el cine regresa a lo mismo como si hubiera abolido el tiempo), y sacrificando la lógica argumental con estridente estética que llena la pantalla de explosiones y vertiginosos movimientos a veces inútiles.
En un año donde abundan los sobresaltos con cintas terminales Marvel (Logan), re-fundaciones DC (Mujer Maravilla), híbridos de comedia y acción Marvel (Thor: Ragnarok), toca el turno DC a la crepuscular Liga de la justicia (2017), regular octavo largometraje del siempre desmesurado, a veces inspirado director de mano firme y visión artificialmente pictórica Zack Snyder (con pequeña ayuda a la Marvel de Joss Whedon para completarlo y post-producirlo en cuanto Snyder enfrentó problemas personales), con guión de ambos & Chris Terrio.
Liga de la justicia es la secuela de Batman vs. Superman: el origen de la justicia (2016, Snyder), que intenta mejorar el Escuadrón suicida (2016, David Ayer) de DC y quedar al nivel Marvel de The Avengers: los Vengadores (2012, Whedon).
La historia tiene un sabor a ocaso de semi-dioses: Batman (Ben Affleck), después de reclutar a la Mujer Maravilla (Gal Gadot), temiendo que sin Superman (Henry Cavill) aparezcan poderosos enemigos, convence a Aquaman (Jason Momoa), Flash (Ezra Miller) y Cyborg (Ray Fisher) de formar la liga (quedando pendiente Linterna Verde, integrante del cómic original). Sus previsiones resultan correctas: Steppenwolf (Ciarán Hinds) necesita tres artefactos escondidos en la Tierra.
Al buscarlos provocará la hecatombe de rigor.
Lo sustancial es que los ultra-humanos superan al demasiado humano Batman, frágil a pesar de ingeniosos objetos para cumplir con su heroicidad.
Pero de segunda. Tan sólo los poderes de la Mujer Maravilla y Aquaman —con mayor personalidad que el creador de la liga de la justicia: se roban la película—, hacen dispareja la situación. Asimismo, la artificialidad dramática del villano en la historia anuncia la parodia involuntaria, de la que Marvel dio indicios en Avengers: era de Ultrón (2015, Whedon) e Iron Man 3 (2013, Shane Black).
El ocaso es también de los semi-divinos Marvel-DC. Liga de la justicia se acerca a la etapa pre-milenio, cuando Joel Schumacher destrozó al universo DC en sus deplorables y caricaturescas Batman eternamente (1995) y Batman & Robin (1997), cuya única aportación fue sumar villanos para enfrentar a la nómina también engordada de Bruce Wayne, excediéndose en el absurdo colorín de su estilo (o sea, una nauseabunda paleta tonal cargada de azúcar).
En el post-milenio, el cómic filmado, que hizo avanzar a DC bajo Christopher Nolan, busca mantenerse original (la fotografía del británico Fabian Wagner crea una equivalencia fílmica, igual que en Thor: Ragnarok, del estilo del dibujante Jack Kirby, asociado con Marvel), al convertir al filme en dinámico mural de policromáticos claroscuros.
Liga de la justicia, a pesar de sus aciertos (como tomar algunas ideas visuales de los Los siete samuráis [1954, Kurosawa] que refrescan su propuesta), confirma que el cine basado en cómics está perdiendo personalidad y singularidad.
La mezcla de “universos” es el indicio de la implosión.