La actriz Isabelle Huppert recreó este sábado el personaje de una Eva altiva y dominadora en una Berlinale poblada de escritores atrapados, denominador común tanto en la película de la diva francesa como en la rusa Dovlatov y la alemana Transit.
Huppert, protagonista de un remake de la película filmada hace medio siglo por Joseph Losey, ofreció uno de sus recitales de altivez, como una Eva que destroza a un impostor —Gaspart Ulliel— cuya única obra fue robarle una brillante pieza teatral a un moribundo.
La segunda película a competición del día toma la figura del escritor ruso Sergei Dovlatov y su pugna con el aparato soviético en el Leningrado de 1971, entre rostros de palidez traslúcida y una constelación de otros poetas perseguidos por no encajar en el “espíritu de la revolución”.
El tercer autor acosado fue Georg Weidel, un alemán que trata de huir del fascismo en la Francia ocupada, cuya identidad adopta un compatriota también necesitado de escapar de una Gestapo que ya no calza botas nazis sino los uniformes acolchados de las unidades antiterroristas de hoy.
La Eva de Huppert está dirigida por Benoit Jacquot, un habitual de la Berlinale, donde en 2012 compitió con Les adieux à la reine y tres años después exhibió su Journal d’une femme de chambre.
Dovlatov, sobre la figura del escritor que acaba exiliándose a Estados Unidos y al que el éxito alcanzará muerto, es una película de Alexey German Jr, quien en 2015 ganó el Oso de Plata del festival berlinés a la mejor aportación artística con Under electric clouds.
Y el acosado Weidel, o el usurpador de la obra y la esposa de éste, es la figura central de Transit, dirigida por el alemán Christian Petzold, un cineasta “de la casa” para la Berlinale, en cuya competición estuvo en 2008, con su espectral Yella y en 2014, con Barbara.
Son tres reflexiones sobre tres formas de opresión sobre escritores, auténticos o impostores, y apuntaladas en el buen trabajo escénico de la siempre impecable Huppert, por parte francesa, y de Milan Maric, en la rusa.
El alemán Petzold, por su parte, sustituyó en Transit a su diva habitual, Nina Hoss, por Paula Beer, una actriz a la que hace desfilar por su película con porte parecido a su antecesora, como si el propio realizador no se resignara a sustituirla.
“No es una película sobre refugiados de hoy sino sobre seres en tránsito trasladados a la Marsella actual, pero sobre los que pesan los espíritus de la Francia ocupada de 1941”, explicó Petzold sobre su filme, que toma prestados algunos textos de la novela escrita en los 40 por Anna Seghers.
La suya es una película inquietante, en una Europa actual sobre la que se aposentó una nueva forma de fascismo, sea la llamada nueva ultraderecha o el nazismo persistente que nunca abandonó su territorio y de la tratan de huir, hacia México o Venezuela, europeos aterrados.
El rostro más mediático en la jornada a competición era sin duda el de Huppert, pero los filmes más logrados fueron el ruso y el alemán, ambos con gran capacidad para transportar al espectador a ámbitos no deseados, las dictaduras superadas o persistentes.
El Dovlatov que interpreta Maric es el escritor atormentado que trata con parecido empeño de publicar como de comprar una muñeca a su hija capaz de “competir” con las que le regala la pareja actual de su ex mujer.
Endulza su recorrido entre recitales poéticos de otros escritores sin suerte una muy bien dosificada ironía, compensadora de los sinsabores diarios como lo es la sopa de mamá, el vodka o los cigarrillos encadenados que sí se permite el gremio de proscritos por el aparato soviético.
El Weidel de Petzold, interpretado por Franz Rigowski, fue la primera de las cuatro representantes del cine alemán incluidas en la sección oficial, del total de 19 películas que aspiran al Oso del festival.
El cine anfitrión entró así con buen pie en la competición de la Berlinale, cuyos premios entregará el próximo día 24 el jurado que presiden el director alemán Tom Tykwer, compañero generacional de Petzold.