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¿Cómo sobrevivir una crisis? Responder es difícil. Para cada persona las circunstancias son distintas así se vivan colectivamente. Nada distrae del dolor, de la pérdida, del miedo comunal ante una tragedia que ignoramos si se repetirá. Hace tres decenios el espanto pareció concluir pronto. Distraerse fue un buen paliativo. Woody Allen, en algún momento de su filmografía, dijo que para superar las crisis bastaba ver una película de los hermanos Marx.
No era banal el comentario; sugería la mejor manera de hacer que el tiempo avance hacia la luz al final del túnel.
En ese sentido, un filme que distrae es Kingsman: el círculo dorado (2017), el sexto de acción de Matthew Vaughn, coescrito por él junto a su guionista de cabecera Jane Goldman. Caricaturesco homenaje a los clichés de las viejas películas de espías y cinta de acción delirante, tiene algo de genuino en su propuesta, entre exagerada y cómica.
Su única finalidad no es producir una sonrisa en la cara del espectador sino algo más valioso: entretener durante un rato considerable (que dura poco más de dos horas).
Vaughn hace una película dinámica que entre peripecia y peripecia impide la reflexión, suspende la credibilidad y permite creer en un mundo alternativo donde las habilidades físicas sin consecuencias definen al personaje. Esa secuela de Kingsman: el servicio secreto (2014, Vaughn) cuenta cómo Eggsy (Taron Egerton) rencuentra a sus viejos colegas y mentores.
También amplía la mitología basada en el cómic El servicio secreto de Mark Millar & Dave Gibbons presentando a los Statesman: Champagne (Jeff Bridges), Whiskey (Pedro Pascal), Tequila (Channing Tatum) y Ginger Ale (Halle Berry).
Cine artificial que cumple con no tener mayor pretensión que entretener a aquellos que en este momento tengan el humor suficiente para intentarlo.
Ora bien, hay historias con mayor sustancia como Muerte misteriosa (2017), segundo largometraje del actor-guionista Taylor Sheridan, sorprendente escritor de Tierra de nadie: sicario (2015, Denis Villeneuve) y Enemigo de todos (2016, David Mackenzie). Experto en intrigas policiales, Sheridan tiene la rara habilidad de explorar territorios novedosos, dramáticamente hablando, donde los sospechosos parecen eludir la justicia. Aquí cuenta la historia de la agente del FBI Jane Banner (Elizabeth Olsen), en una reserva india en Wyoming, donde el eficaz rastreador de animales salvajes Cory Lambert (Jeremy Renner) descubre una mujer muerta.
A diferencia de otras cintas policiales recientes, el caso, que se desenvuelve con una mezcla de ingenio y habilidad, interesa por el ambiente: espacios desolados, silenciosos; por la sensación de estar en una suerte de película de vaqueros siglo XXI con nieve en vez de desierto.
Sheridan plantea una trama pulcra en actos claros, de nítida exposición, desarrollo y clímax. Aprovecha cada elemento que presenta. Su interés fundamental es crear una atmósfera (foto en extremo funcional del joven Ben Richardson) para un entretenimiento intelectual.
Aunque como director le falta (a pesar de haber mejorado sustancialmente desde su mediocre cinta debut de horror barato Vile [2011]), no pierde del todo la brújula porque busca que el espectador resuelva el caso junto a los protagonistas.
El cine policial aún es un género, no tan escapista, que entretiene, si presenta un crimen interesante en un espacio de gélidas emociones, con el viejo esquema “¿quién lo hizo?” pero posmodernamente estilizado como el filme Mi nombre es violencia (1968, Don Siegel). Más entretenido, imposible.