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Cuando era pequeño, Guillermo del Toro salía de tecolotito en obras de teatro y alguna vez hasta galán fue.
“¡Imagínense, pobre gente!”, recuerda divertido este tapatío de 53 años.
Más adelante, al estar a punto de casarse, Guillermo del Toro recibió de su padre, quien vendía casas, un edificio para que lo reconstruyera y se pusiera al mercado.
“Y yo decía: ‘ok, vamos a poner acabados poca madre’, no era el estilo de él, ¡pero el mío sí y había que hacerlo!”, narra.
Al final, dice, casi siempre ha hecho lo que quiere. Y sin pena.
No guarda su gusto por el cine del director Ismael Rodríguez, cuyas películas favoritas eran "La oveja negra" y "No desearás la mujer de tu hijo", ambas con Fernando Soler y Pedro Infante. Y tampoco oculta su fascinación por los tacos sudados.
“Toda mi persona es voraz, me quiero chin... todo, es la manera en que aprendí a vivir”, señala en entrevista.
“Pero lo que sí es que no veo películas por obligación, no hago la tarea, no me gusta: tengo un conocimiento completo en alguna áreas e incompleto, voluntariamente en otras tantas”.
La primera vez que vio una película en el cine fue "Cumbres borrascosas" y después, ya de adolescente, las cintas de Tarzán donde Jane salía con poca ropa. Y las disfrutaba y gozaba.
Y fue precisamente en esos primeros años de vida que su gusto por la fantasía y el terror, donde dice no caben los superhéroes con capa, se sembró.
Su abuela le decía que debía pagar todos sus pecados, so pena de arder en las llamas del infierno.
Así que ponía partes de botella en el interior de sus zapatos para sangrar y así irse purificando.
“¡Y de verdad jamás había pecado!”, ha contado el tapatío.
"Los mostros", porque así les dice, se vieron fortalecidos al ver películas mexicanas. En ellas, las criaturas aparecían en varias escenas, a diferencia de las que integraban las producciones estadounidenses, donde estaban escondidas.
“(Los ponían) Entre sombras y yo gritaba: ‘chin..., prendan las luces’”, ríe.
“En los monstruos he visto formas que me inspiraba la religión, pero sinceramente prefiero la imagen de Frankenstein que la de Jesucristo con la nariz rota”, dice.
Su amigo, el también realizador Alfonso Cuarón, lo definió en un encuentro con la prensa, el pasado Festival Internacional de Cine de Morelia.
“Tiene un amor muy grande a los que les pasa la factura, la parte artesanal del cine. Es una parte que controla profundamente, pero además la hace amorosamente, por eso trasciende una mera cuestión de un quehacer, lo conlleva con gran profundidad que lo vuelve memorable”.
Fue algo que Guillermo comenzó a pulir cuando iba a las farmacias de Guadalajara a comprar rollos para su cámara Super 8 o al momento de modelar figuras en plastilina para adornar su casa en ocasión del Día de Muertos.
Eso lo convertiría en alguien con especial preparación en maquillaje, pasando por La Hora Marcada donde conoció a Cuarón y Emmanuel “Chivo” Lubezki, brincando de ahí a la cinta Cabeza de vaca en la cual conoció a Bertha Navarro, su productora de cabecera que lo ha apoyado en Cronos, su ópera prima.
Dicho filme lo dejó con deuda de un cuarto de millón de dólares y por eso aceptó dirigir Mimic en EU, pues con el pago saldaría lo que debía. Aún conserva, señala, el boleto de estacionamiento de ese día, aunque al lado de un vampirito.
“Un director tiene que tener la fragilidad del poeta y la resistencia de un boxeador”, comenta para definir su profesión.