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El día que hubo el aviso de motín, Vanessa Arreola, Amir Galván y Ozcar Ramírez llegaron (como lo hacían desde días antes) a las cuatro de la mañana a las inmediaciones de la cárcel de Santa Martha.

A las seis, con su chaleco numerado para ser identificados de acuerdo con los protocolos marcados por las autoridades, entraron al Centro de Readaptación Varonil y cinco horas después estaban listos para filmar.

Los tres se encontraban rodando en el interior de la cárcel La 4a. compañía, película basada en la historia real de los años setenta, cuando un grupo de reos eran liberados por las noches para robar autos, con la condición de que regresaran por la mañana.

¿Qué tenían de protección aquellos tres cineastas que entraban a filmar en Santa Martha? Ni media docena de “Tiburones”, como se llama a los integrantes del equipo de seguridad de reacción inmediata penitenciario.

“¡Lo del aviso de motín sólo lo sabíamos tres personas y había tensión!”, narra el productor Ramírez.

Pese a la amenaza, en set, los directores Vanessa y Amir guardaron siempre la calma.

Y tan bien lo hicieron que apenas esta semana Carlos Valencia, uno de sus actores principales, se enteró de aquel rumor de motín, tras pregunta expresa de EL UNIVERSAL.

“¡Claro que no sabía!”, dice entre risas quien da vida al personaje de “El Tripas”, un rudo ladrón.

Intento de escape. De lo que sí se enteró fue de la ocasión en que uno de los internos intentó escapar integrándose a la fila del equipo creativo.

“Obvio no lo logró, había un control muy intenso de la producción”, narra el entrevistado.

Filmar en Santa Martha no había sido fácil. Tras dos años de talleres con presos encaminados al cine, Vanessa y Amir comenzaron a sensibilizar a las autoridades de que filmar ahí ayudaría a la rehabilitación.

De acuerdo con la Gaceta Oficial de la Ciudad de México publicada en febrero pasado, la Dirección Ejecutiva de Administración en la Subsecretaría de Sistema Penitenciario establece cuotas de poco más de 17 mil pesos por cada seis horas de rodaje.

Pero en 2010, cuando se rodó La 4a compañía, no se cobró.

La primera eventualidad no fue el día del aviso del motín, sino cuando un actor español decidió renunciar, asustado por la prisión, a días de iniciar los trabajos de set.

“Se dio cuenta que era peligroso cuando estuvo ahí, nunca se le engañó, pero no es lo mismo platicarlo por teléfono”, recuerda Vanessa.

El mismo Valencia cayó en coma tras contraer una bacteria que afectó sus pulmones.

“La cantidad de bacterias que viven dentro del penal son muchas y casi todos los internos son inmunes; los que estamos sanos parece que no somos tan fuertes para resistirlas”, comenta el histrión.

Presos reales, a los que se les pagó el sueldo mínimo, formaron parte de los extras, de los cuales llegó a haber 200 en una misma escena.

Y para calibrar el ambiente que día a día se vivía en presión, la producción logró tener de aliado a un grupo de reos, que les ayudaba a traducir los estados de ánimo.

“Nos decían si había molestia, si decían algo de broma o no, ayudaron bastante”, recuerda Amir.

Al final, el motín sólo se quedó en rumor. Se especuló que se habría tratado de un intento de distracción, para que algunos reos hicieran algo prohibido pero nunca se comprobó.

Y se convirtió en una anécdota para contar ahora que está por estrenarse el próximo viernes.

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