La farsa cinematográfica es un género elusivo, de difícil factura. Requiere nutrirse del comentario social, sin llegar al panfleto o la solemnidad, y evitar las bromas fáciles. Maestros del género son los hermanos Joel & Ethan Coen. Lo demuestran sus filmes Fargo, secuestro voluntario (1996), El gran Lebowski (1998) y ¿Dónde estás, hermano? (2000). Ahora, un viejo guión de ellos, re-trabajado junto con Grant Heslov y George Clooney, se convierte en el sexto largometraje de este último: Suburbicon: bienvenidos al paraíso (2017).

Aunque ubicada en los 1950, esta farsa alude al Estados Unidos contemporáneo: es un microcosmos sobre la hipocresía en la era Trump. Al fraccionamiento del título se muda una familia afro-americana. Para enfrentar el racismo en esta comunidad eminentemente blanca. El trasfondo, acorde al canon de los Coen, se concentra en un personaje principal, Gardner Lodge (Matt Damon), quien tiene las claves sobre por qué sucede lo que violentamente sucede en tan “paradisiaco” lugar.

El resultado tiene la desventaja de que el estilo visual (a cargo del veterano Robert Elswit) es un pastiche de lo que se denomina “palabras de autor”, o sea, en este caso, elementos propios de los Coen, con los que Clooney quiere sostener lo negro de la comedia. Pero le falta filo. Ciertos giros descontextualizan la historia difuminando el satírico contenido político.

Clooney como director es capaz e inspirado. Su magnífica Buenas noches, buena suerte (2005); o su notable debut, Confesiones de una mente peligrosa (2002), lo demuestran. En ambas nunca perdió las sutilezas de la trama. Ahora, extravía ese toque sutil que le era propio; renunció a su personalidad para ser el tercer —e innecesario— hermano Coen.

A diferencia del nihilista Manifiesto ( 2015, Julian Rosefeldt), pretencioso ejercicio anti-visual, esnob e indigestamente ultra-intelectual para monocorde recitación a una voz (por la solvente actriz Cate Blanchett haciendo demasiadas versiones de ella misma), The Square , la farsa del arte (2017), quinta cinta —que ganó la Palma de Oro en Cannes 2017— del impredecible sueco Ruben Östlund, bajo la pátina de un filme semi-convencional, es un filoso ejercicio de humor cruel y sin concesiones: un duro manifiesto sin rollo contra un arte que es farsa pura.

Östlund examina —recurriendo al omnipresente contexto-subtexto sobre la decadencia del museo y la tomadura de pelo que conlleva—, la vida del curador Christian (Claes Bang), qué sucede en torno a la pérdida de su celular y lo referente a una instalación, The Square . Su dramaturgia consiste en exhibir lo ridículo y comentarlo (como con las reacciones de la reportera Anne —Elisabeth Moss— cuando entrevista a Christian).

El coctel de humor surreal incluye cena con participación de Oleg (Terry Notary, gimnasta y experto en movimientos animales, célebre por su trabajo en El Planeta de los Simios ), fingiéndose, por supuesto, chango que intimida en la delirante escena cumbre de este filme-ensayo.

Cinta no apta para todas las sensibilidades, destila humor tan negro como difícil, tan exagerado como elegante, y tan absurdo como eficaz. Los comentarios dan en el blanco —al atacar los prejuicios, la pedantería, la vacuidad del contexto social—. Esta farsa tira buenos golpes (como el retrato del artista Julian —Dominic West—) recurriendo a una fértil narración cómico-dramática. El hábil Östlund nunca cede en su búsqueda de la risa. Una singular cinta, provocadora, de alto voltaje.

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